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[1] El papel de Mordejai en la historia de Purim
Rav Yosef Ovadia Zarudinski
La lectura de Meguilat Ester es el primer precepto del día de Purim, y el que nos revela («megale»: ‘revela’) el significado de la fiesta. A menudo, sin embargo, nuestra participación en la lectura festiva en la sinagoga no es suficiente para hacernos captar la esencia de la Meguila. Con el trasfondo del sonido de los rashanim y el murmullo del roce de los disfraces, todo en la Meguila parece obvio y evidente. Un análisis más detallado, sin embargo, revela una serie de dificultades que piden aclaración.
Si analizamos las acciones de uno de los protagonistas de la historia de Purim, Mordejai, nos convenceremos de que en varios episodios descritos en la Meguila su manera de proceder es difícil de explicar.
El rey invita a todos los habitantes de Shushán a un banquete y organiza cocina kasher especialmente para los judíos (esto lo aprenden nuestros Sabios de las palabras de la Meguila: «y bebieron legalmente, sin violencia»). El sentido común indica que el rechazo de tal invitación puede traer consecuencias nefastas para el pueblo judío. ¿Y por qué habrían los judíos de rechazar la invitación? Sin embargo, Mordejai insiste en que la participación en dicho banquete es un pecado.
El rey decreta que todos sus súbditos deben inclinarse y postrarse ante Hamán: Mordejai no lo hace. Mordejai argumenta que para los judíos está prohibido; tal argumento, sin embargo, resulta incomprensible… y no solamente a Hamán (el mismo Yaacob se inclinó ante Esav). Incluso los judíos mismos consideran el comportamiento de Mordejai desacertado. Responsabilizan a Mordejai del decreto en contra del pueblo, el cual es en sus ojos la consecuencia trágica de su conducta arrogante (Meguila 12b).
Al escuchar acerca de la inminente destrucción de los judíos «… y rasgó Mordejai sus vestimentas, y se vistió de arpillera y cenizas; y salió a la ciudad, y clamó con un grande y doloroso grito» (Ester 4:1). Mordejai se esfuerza en verter «hacia afuera» su dolor, y con ello incita al pueblo a hacer lo mismo (Ester 4:3). Sin embargo, Mordejai rechaza categóricamente las diversas propuestas de Ester de resolver el problema por medios políticos. La primera vez que Mordejai demuestra que no está interesado en relacionarse de manera «diplomática» con las autoridades es cuando rechaza las vestimentas que le envía Ester (así comenta este episodio el Gaon de Vilna). Luego, al no permitir a Ester esperar a ser invitada a una audiencia con Ajashverosh, cierra las puertas a otro posible camino para resolver el conflicto. Además, Mordejai acusa a Ester de cobardía y falta de voluntad de ayudar al pueblo judío (Ester 4:13-14.). ¡Según él, Ester debe iniciar inmediatamente una reunión con Ajashverosh, arriesgando tanto su vida como, por supuesto, el éxito de la empresa!
Antes de tratar de explicar la lógica detrás de las acciones de Mordejai, démonos cuenta de lo siguiente: en todos los episodios arriba mencionados, Mordejai de una u otra manera se niega a hacer hishtadlut (esfuerzo) para el beneficio del pueblo judío. Por lo tanto, para entender sus motivaciones, conviene primero definir claramente cuál es el papel que juegan, en realidad, nuestros esfuerzos. Por comodidad, los dividiremos en dos grupos: esfuerzos materiales y esfuerzos espirituales.
Pensemos primero en los esfuerzos materiales. Si bien los hacemos a cada paso (trabajamos, cuidamos nuestra salud, no cruzamos la calle cuando el semáforo está en rojo, etc.), debemos tratar de entender su sentido con mayor profundidad. Dijeron nuestros Sabios: «Todo está en manos del Cielo, excepto el temor al Cielo»; en otras palabras, todo lo que nos pasa en la vida excepto la elección entre el bien y el mal —es decir el temor al Cielo— se decide Arriba. ¿Entonces, por qué ir al banco y al doctor? Después de todo, lo que nos ha sido destinado recibiremos de cualquier manera… mientras que lo que no nos ha sido destinado es básicamente imposible de conseguir. El rabino Eliyahu Desler explica en su libro «Mijtav mi Eliyahu» lo siguiente: nuestros esfuerzos están diseñados para encubrir el milagro de la Providencia, confiriéndole a la realización de la voluntad del Creador apariencia «natural». Ya que somos indignos de milagros abiertos, en ausencia de tales «condiciones naturales» simplemente no podemos recibir lo que se nos ha asignado en el Cielo. Sin embargo, debemos saber que lo único que pueden lograr los esfuerzos materiales es que recibamos lo que ya está destinado para nosotros en el Cielo.
Los esfuerzos genuinos son los esfuerzos en la esfera espiritual: solamente ellos pueden afectar las decisiones tomadas Arriba. El arrepentimiento, la oración, la confianza en el Creador… todas estas son cosas que cambian nuestro semblante interno y, como resultado, la manera en la que el Todopoderoso se relaciona con nosotros.
Volvamos ahora al tema del comportamiento de Mordejai, y tratemos de entenderlo a la luz de lo anterior.
El primer enigma será el más fácil de resolver. Mordejai se opone a la participación en el banquete. Aunque se servirá comida kasher, el motivo de este banquete es doloroso para el pueblo judío: Ajashverosh celebra que el exilio judío se prolonga más allá de los setenta años prometidos por los profetas, a lo cual alude utilizando en su banquete diversos accesorios del Templo. A Mordejai le parece absurdo participar en el banquete para apaciguar al rey de carne y hueso provocando a la vez la ira del Rey de los Reyes.
El comportamiento arrogante de Ajashverosh hacia Hamán resulta más difícil de explicar. Nuestra interpretación es la siguiente: Mordejai no percibe el acenso de Hamán como una circunstancia fortuita e independiente, sino que relaciona el fortalecimiento de Amalec (a cuyo linaje pertenece Hamán) con el debilitamiento del vínculo del pueblo judío con el Creador, el cual es la causa de la participación de los judíos en el banquete de Ajasheverosh. El debilitamiento de la fe en la futura redención conduce al fortalecimiento de las fuerzas del mal que niegan tal fe. Amalec personifica tales fuerzas. Para devolver la Shejina (Presencia Divina), y alejar a Amalec, Mordejai trata por todos los medios de santificar el Nombre del Creador, y declara públicamente que no se inclina porque que es «yehudi»: cree en un solo D-os, el Único ante Quien corresponde postrarse. Por lo tanto, al contrariar a Hamán Mordejai está debilitando la influencia de Amalec.
Y finalmente, la última dificultad. ¿Por qué Mordejai, en lugar de esperar a que Ester sea llamada por Ajashverosh, insiste en que ella se presente repentinamente ante el rey sin invitación? Por extraño que parezca, los pasos «correctos» y deliberados son de los que Mordejai tiene más recelo. Después de todo, mientras más esperanza parezcan inspirar las medidas tomadas, menos asusta la amenaza. En los ojos de las personas, los esfuerzos espirituales son de importancia secundaria. En contraste con el resto de los judíos, Mordejai está consciente de la verdadera magnitud de la tragedia. «Y Mordejai supo todo lo que pasó…» (Ester 4:1): a través del profeta Eliahu, Mordejai se entera de que el decreto del exterminio de los judíos ha sido firmado en el Cielo (ver Rashi en este sitio). Solamente arrepentimiento profundo y rezos provenientes de corazones quebrantados pueden despertar la misericordia del Creador e impedir la desgracia. Para instar a los judíos a arrepentirse, Mordejai sale a las calles a expresar su dolor en público. A Ester le corresponde jugar un papel importante en el despertar espiritual del pueblo: justamente el intento desesperado de obtener la misericordia del rey de carne y hueso obliga tanto a ella como a todo el pueblo a confiar en Hashem, y por lo tanto dicho intento desesperado es capaz de despertar Su compasión. Cálculo político frío hubiera sido contraproducente en este caso.
Como vemos, en todas las situaciones mencionadas, Mordejai considera que los esfuerzos en el plano material son incompatibles con los esfuerzos en el plano espiritual. Ante la disyuntiva, Mordejai opta por hacer esfuerzos en el plano espiritual.
Por supuesto que Ester (en el último episodio mencionado) y los judíos no tenían intención de hacer nada malo. Ellos simplemente no se habían percatado de que los esfuerzos materiales estaban contraindicados en su situación. Como dijimos al principio, preguntaron a Mordejai: «¿para qué “buscar problemas” cuando es posible (y, por lo tanto necesario) hacer hishtadlut: participar en el banquete de Ajashverosh, inclinarse ante Hamán, concertar una reunión con el rey?».
Solo después de que el milagro ocurrió y todo cambió súbitamente para bien, se volvió evidente que el pueblo judío le debía su salvación justamente a Mordejai. También nosotros pudimos llegar a las conclusiones anteriores solamente analizando los acontecimientos de manera retroactiva, después de que ocurrieron. Únicamente Mordejai, líder espiritual de su generación y gran sabio de la Torá, logró ver los acontecimientos en su verdadera luz mientras ocurrían, y dirigió al pueblo por el único camino correcto.
Tal como durante el exilio persa, en cada generación Hashem designa individuos que señalan el camino por el cual deberán andar los judíos. Profetas y miembros del Sanhedrin, Sabios y tzadikim… en su sabiduría y santidad, ellos ven lo que nosotros no somos capaces de ver. Es por eso que la Torá los llama «ojos de la comunidad» y nos ordena obedecerlos y acatar sus palabras. ¡Si esta será la lección que aprenderemos de la lectura de la Meguila, podemos decir que nuestro Purim no fue en vano!
[2] Permanecer Judío: La Vida de Rav Itzjak Zilber
Agradecemos a rav Ben Tzion Zilber por permitirnos publicar la traducción al español del libro «Permanecer judío», las memorias de su padre rav Itzjak Zilber de bendita memoria. En esta conmovedora autobiografía, rav Itzjak Zilber, el legendario líder de los judíos de Rusia en Israel, cuenta la historia de su vida, entretejida con la historia de los judíos de Rusia detrás de la Cortina de Hierro, y narra las pruebas formidables a las que él y su familia se enfrentaron para permanecer judíos observantes de la Torá. Este libro ha sido un bestseller en ruso, hebreo, inglés y francés. ¡Ahora también en español, esta historia continuará inspirando a miles, mostrando el verdadero significado de Permanecer Judío!
[2-1] Mis Universidades. Cursos Preparatorios
Día con día nuestros conocidos y vecinos le repetían la misma exhortación a mi padre: «¡Rebe, qué cosas hace su hijo! ¡Su comportamiento lo pone en peligro también a usted! ¿Y en aras de qué? Puede ser que se las ingenie para no trabajar en Shabat una semana más, o incluso un mes entero… ¡Pero no se puede vivir toda la vida como en el frente de batalla! ¿Qué va a ser de él después? Ahora que tiene apenas dieciséis, diecisiete años todavía podría estudiar para ser ingeniero o doctor. ¡Pero no estudia en ninguna parte! ¿Qué futuro le espera? Además, incluso un trabajador sencillo necesita trabajar en Shabat».
Mis padres no decían nada. El mundo a nuestro alrededor se volvía cada vez más sombrío. Primero cerraron la mikve. Después al shojet le prohibieron hacer shejita, de manera que la gente tuvo que escoger entre dejar de comer carne por completo y comer treif. Hubo quien pasó esta prueba y hubo quien no la pasó. Y los hijos, una vez que crecían, traían comida treif a la casa sin la menor vacilación. Después, en 1930, cerraron la sinagoga.
Recuerdo una ocasión en la que mi padre y yo salimos del rezo junto con el shojet, reb Israel. Me parece que esto fue antes de que cerraran la sinagoga, en 1928 o 1929, cuando yo todavía era niño. No fue la primera vez que escuché a los adultos conversar de la siguiente manera:
—En este Yom Kipur todavía hubo minian; pero dentro de unos veinte años, ¿se juntará aún minian?
—Yo diría que no —dijo el shojet vacilante.
—Si habrá quien que lo organice —respondió mi padre pensativo— habrá minian.
En esos días, incluso a personas que eran creyentes firmes les parecía que el judaísmo en Rusia había llegado a su fin. Sin embargo yo, aunque apenas era un niño, estaba de alguna manera seguro de que todo se compondría. Decidí guardar en mi memoria esta conversación y ver qué ocurriría en el futuro. Pasaron los años y no olvidé. Después de quince años aún había minian. Después de veinte años había minian, con incluso más personas que antes… Y ahora, ¡fíjense nada más en lo que pasa en Rusia! ¡El judaísmo florece!
Los vecinos tenían razón hasta cierto punto. En todos los trabajos en los que me intenté colocar, se necesitaba trabajar en Shabat. Intenté volverme fotógrafo, relojero… pero Shabat era día laboral por doquier. Incluso intenté conseguir trabajo como guardia de seguridad, pero tampoco esto fue posible: se necesitaba echar madera a los hornos y contestar el teléfono en Shabat. No lograba conseguir trabajo. Finalmente mi madre, de bendita memoria, sugirió: «Trata de estudiar en algún lugar. En Shabat solamente escucharás, no escribirás».
Encontré unos cursos preparatorios para estudiantes que querían postular a la universidad. Eran cursos organizados por el Instituto de Tecnologías Químicas de la Industria de Defensa, el cual era un instituto muy serio con estándares de admisión rigurosos. Esto ocurrió en marzo y el programa había comenzado en el septiembre anterior, además de que aceptaban solamente a quienes habían concluido nueve años de educación media. Fui a hablar tres veces con la secretaria del programa para tratar que me admitiera. Finalmente la secretaria perdió la paciencia y me dijo: «Por favor entienda: las personas estudian desde el principio del año académico y aun así difícilmente logran mantenerse al corriente. El programa dura diez meses, de los cuales solo quedan tres. ¿Qué sentido tiene que lo aceptemos ahora?».
El haberme retrasado siete meses —llegué en marzo en lugar de septiembre— no era el único factor en mi contra: además, no tenía un certificado de haber concluido nueve años de escuela… ¡de hecho no había cursado ni siquiera uno! Más aún, quienes participaban en esos cursos preparatorios debían estudiar «sin interrumpir su productividad» (un término de entonces); en otras palabras, solo podían inscribirse personas con empleo y recomendación de su patrón, ¡y a mí me acababan de despedir! Por último, se exigía una constancia de «origen social limpio». Si hubiera sido hijo de un trabajador, o por lo menos de un campesino, hubiera sido distinto… ¿pero hijo de un rabino? Mis posibilidades parecían ser nulas.
Resultó, por cierto, que ese fue el último año que el Instituto aceptó a algunas personas sin diploma escolar —es decir, con educación media incompleta—, solamente en función del resultado de los exámenes de admisión. Esa opción sería eliminada al año siguiente. De no haber aprovechado esa última oportunidad, jamás hubiera recibido ninguna suerte de educación superior.
Como sabemos, todo lo que pasa es para bien. Un día, poco después de que la secretaria me despachó, mis padres recibieron visitas y me pidieron que preparara el té. Al poner la tetera sobre la estufa, de repente me salpiqué la mano de queroseno y me quemé. Durante tres años, en el taller, había utilizado y reparado constantemente estufas de queroseno, prendiéndolas y apagándolas innumerables veces, sin incidentes. Pero esta vez me quemé la mano. Con la mano quemada no tenía muchas perspectivas laborales. Por eso entendí mi accidente con la estufa como una señal Divina de que debía volver a intentar que me aceptaran al curso.
Volví a ir. Esta vez, por alguna razón desconocida, el director mismo estaba en la recepción. El director Kadirov (un tátaro) me escuchó apaciblemente y después me repitió lo que la secretaria ya me había dicho:
—Ya no hay admisión, puesto que los cursos empezaron hace mucho. No podemos dejar entrar a nadie nuevo a estas alturas. Incluso quienes comenzaron a tiempo a duras penas se mantienen al corriente con el programa.
Vi que no había nada más que hacer y dije:
—Está bien, me retiro.
Junto a él estaba sentado el secretario de la unidad de Komsomol (Organización Comunista Juvenil) del Instituto: Maidanchik, un judío. Reconocí su cara, porque estaba por casarse y había visitado a mi padre varias veces.
—No te vayas, ¡espera! —susurró Maidanchik.
—¿Qué hay que esperar? —pregunté.
—D-os va a ayudar —contestó en voz baja.
—¿Cómo?
Su respuesta fue una frase de la Torá (Bemidbar 11:23):
—«¿Acaso es corta la mano del Eterno?». —Claro que después de escuchar estas palabras no podía irme. Así es que me senté a esperar, sin saber qué esperaba. Pasaron cinco minutos.
—¿Ya me puedo ir? —pregunté.
—No, sigue esperando —me dijo.
Esperé unos cinco o seis minutos más. De repente entró a la habitación un hombre joven con abrigo de militar. Su nombre era Nikolai Bronnikov; me acuerdo de esto como si hubiera sido hoy. Este joven acababa de concluir su servicio militar y también quería que lo admitieran al curso. El director no podía rechazar a Bronnikov, así es que mandó llamar de inmediato a un maestro de Matemáticas. El maestro nos examinó a los dos y dijo: «No tengo objeción». ¡Ocurrió lo imposible!
En cuanto a Misha Maidanchik, con el tiempo nos volvimos grandes amigos. Ya relaté cómo organizamos juntos la venta de carne kasher en el puesto de Zalman. También recuerdo que en Rosh haShaná de 1939, a petición mía (yo conocía bien la vida judía en la ciudad), Misha Maidanchik visitó varias fábricas donde trabajaban judíos creyentes para tocar el shofar.
No se sorprendan de que este joven religioso se haya unido al Komsomol. Probablemente no sabía qué tan serio era el asunto (hablaremos de ello a continuación). En esos tiempos no era el único tratando de enmascararse. Y no era por cobardía que lo hacía; Misha era, de hecho, una persona valerosa. Durante la guerra peleó tan bien en el frente de Leningrado que hace tres años (yo ya había emigrado a Israel pero estaba de visita en Kazán en ese momento) recibió, junto con un grupo de veteranos distinguidos, una felicitación del gobierno con motivo del Día de la Victoria firmada personalmente por Yeltsin, quien era entonces presidente de Rusia. Me sorprendí mucho al leerla, porque la carta de felicitación concluía con las palabras: «Que D-os le ayude».
Comencé a asistir cada día a los cursos con gran diligencia. Oficialmente, sin embargo, aún no estaba registrado. En primer lugar, me faltaba la constancia de haber concluido nueve años de escuela. Y además, me habían echado del trabajo y el programa era únicamente para personas con empleo. Si hubiera dicho en el taller del cual me despidieron para qué necesitaba el comprobante y a dónde quería postular, me hubieran echado a perder todo. No sabía qué hacer…
También esta vez el Todopoderoso se encargó de todo. Primero, del asunto de mi trabajo. Fui al departamento de personal, donde emitían certificados de empleo. Aún no habían sido informados de mi despido, así es que me dieron la semblanza que necesitaba. Además, después encontré otro empleo que me eximía de trabajar en Shabat. De esta manera adquirí el estatus de «trabajador». La cuestión de mi origen social de alguna manera se resolvió. Y el problema de mi certificado escolar también se solucionó, aunque ya no recuerdo si logré hacerme de uno o si finalmente se les olvidó.
Empecé a estudiar. Por la mañana me levantaba antes del amanecer y me iba a rezar. De las ocho de la mañana a las cinco de la tarde trabajaba. Las clases empezaban a las cinco y media, y eran del otro lado de la ciudad. Sin poder siquiera lavarme la cara, cubierto de polvo de pies a cabeza, corría cuanto podía y aun así llegaba tarde. Las clases terminaban a las once y media de la noche; regresaba a casa alrededor de la media noche. ¿A qué hora podía prepararme para las clases? Y no solo necesitaba prepararme para las clases, sino también recuperar todo lo que había perdido del curso, pues había empezado con una desventaja muy grande en relación al resto del grupo.
Llegó el momento de los exámenes de admisión a la universidad. Estaba postulando para el Instituto de Tecnologías Químicas. En ese entonces había escasez de todo. Libros de texto, en particular, había muy pocos. Como todos los demás estudiantes, sería examinado sobre la historia del Partido Comunista, una materia de mucho peso e importancia. Pero aunque ya habían acabado los cursos, jamás había visto —y mucho menos estudiado— el libro obligatorio Historia del Partido de Volin e Ingulov. Para todo el grupo de bachilleres había un solo ejemplar del libro. Los demás estudiantes de alguna manera se las habían arreglado para turnarse el libro y tomar apuntes, pero yo no tenía tiempo para nada de eso. Recuerdo que le dije al Todopoderoso: «Tú sabes que quiero cumplir Tu voluntad. Tú sabes cuánto trabajo para poder cuidar Shabat. Yo hago lo que puedo… por favor haz Tú lo que solo Tú puedes».
Llegué al examen… por cierto con media hora de retraso, no recuerdo por qué. Me reprendieron concienzudamente por haber llegado tarde, pero a pesar de todo no me negaron la entrada al examen. «Siéntese y espere», me dijeron.
Me senté a esperar y me di cuenta de que uno de los estudiantes tenía el libro de texto consigo. Le pedí que me dejara ojearlo unos minutos. Lo abrí al azar y comencé a leer: «Séptimo Congreso del Partido Comunista. Discurso de Lenin acerca de acuerdo de cese al fuego con Alemania. Discurso de Bujarin acerca de continuar la guerra hasta obtener la victoria». Apenas había tenido tiempo de leer una página y cuarto cuando me llamaron. Según el procedimiento, saqué «a ciegas» una tarjeta sobre la cual estaba escrita la pregunta que habría de responder. El tema resultó ser: «Séptimo Congreso del Partido Comunista: Discursos de Lenin y Bujarin». ¡Qué Providencia Divina! No preguntaron nada más y me dieron una buena calificación.
Este no fue el único examen en el que me pasaron cosas de este tipo. Hubo muchas ocasiones milagrosas.
La competencia para entrar al Instituto era muy seria, pero fui admitido. Esto fue en 1935.
Entre los estudiantes había un cierto judío llamado Maxim Epstein, un comunista persuadido. Yo conocía bien a su padre y jamás hubiera imaginado que precisamente él, Maxim, me causaría tantos problemas.
En el otoño, en Yom Kipur, rezamos clandestinamente. El padre de Epstein rezó con nosotros. (Debo mencionar que en Kazán yo era el miembro más joven del minian). Maxim llegó en la noche para acompañar a su padre de regreso a su casa y se dio cuenta de que yo estaba ahí. Así empezó todo.
Maxim me comenzó a asediar y hostigar sin descanso; era una situación verdaderamente difícil de soportar. Cada día me acorralaba en algún lugar del Instituto y me torturaba durante horas enteras: «¿Entiendes que estás deshonrando al gobierno Soviético ante los ojos del mundo entero? ¿Un hombre joven de tu edad que no solamente cree en D-os, sino además va a rezar? ¡Habría que llevarte a la puerta del Instituto y echarte a patadas! ¿Dime, será que tus padres te están presionando…?».
Me ofreció un lugar en el dormitorio para que rompiera el contacto con mis padres. «¿Quién te crees? ¿Realmente piensas que eres más inteligente que Lenin y Stalin?», me decía a gritos. La gente que pasaba escuchaba sus palabras y me volteaba a ver…
¿Qué podía contestarle? Mi vida se volvió amarga. Pero el Todopoderoso me ayudó. ¡Al poco tiempo Maxim fue expulsado del Partido Comunista debido a su «actitud conciliatoria hacia el Trotskismo»! Se fue a Kiev y pasaron varios años antes de que nos volviéramos a ver. Yo ya me estaba graduando de la Universidad de Kazán y era conocido en la Facultad como un estudiante «prometedor» del profesor Chebotaryov. Maxim llegó de visita a Kazán y nos encontramos por casualidad en la calle. Era Shabat. Empezamos a conversar y Maxim sacó un cigarrillo. Le dije:
—¿Sabes qué, Max? No fumes. Después de todo hoy es Shabat.
—¡Ay! —dijo suspirando con un gesto de desdén— de todos modos soy un caso perdido… —Pero no fumó. Evidentemente había cambiado mucho.
Años después, en 1953, su hermano Volodya y yo serviríamos en el mismo campo de trabajos forzados.
[2-2] Universidad
¿Cómo fue que me gradué de la Universidad de Kazán, habiendo comenzado mis estudios en el Instituto de Tecnologías Químicas? Tras un año en el Instituto me quedó claro que como ingeniero químico los obstáculos para cuidar Shabat serían insuperables. Mientras estuve en el Instituto las tareas de laboratorio normalmente caían en sábado, como si alguien les asignara ese día a propósito. En dichas tareas prácticamente cada acción implicaba profanación de Shabat. Constantemente había que trabajar con aparatos eléctricos, conducir experimentos químicos y registrar resultados. Encontré una solución temporal a esta situación. Ya que todos los proyectos de laboratorio se realizaban en grupos de dos estudiantes, todos los aspectos prácticos del experimento se los dejaba a mi compañero, mientras que yo acosaba al principal del laboratorio con preguntas teóricas, sin jamás tocar siquiera los aparatos. Tanto asumí el rol de investigador incansable que el profesor en una ocasión me preguntó: «Dígame, ¿por qué nunca veo a su compañero de laboratorio?, ¿a él todo le queda claro?». El profesor interpretó mis interrogatorios constantes como indicio de mi aplicación excepcional en el estudio. ¿Pueden imaginarse?
Por supuesto que el resto de la semana estudiaba mucho, tratándome de recuperar tanto como era posible del trabajo que no hacía en Shabat. Pero fui entendiendo cada vez más que este campo no era para mí y decidí dejarlo. Para no desperdiciar el año de estudios que había completado en el Instituto, decidí intentar que me transfirieran como estudiante de segundo curso a la Facultad de Física y Matemáticas de la Universidad de Kazán.
Tuve que someterme a exámenes de aptitud en seis materias especializadas que no había estudiado nunca y a un examen del idioma ruso. Una de las materias en las cuales fui examinado fue Física, y el examen fue llevado a cabo por un físico famoso, Yevgeny Konstantinovich Zavoysky. No alcancé a estudiar todo el material a tiempo, pero el éxito no me eludió. En el examen, el profesor escogió justamente el único tema que había preparado. Todos los demás temas eran completamente desconocidos para mí. Y no me preguntó nada más.
Algo similar ocurrió en mi examen de geometría analítica: el examinador salió y yo encontré en el libro el modelo del problema que debía resolver. Para el siguiente examen me preparé bastante bien, excepto por un punto que no lograba entender. Pregunté a varias personas, pero nadie supo responderme. En el examen me preguntaron precisamente sobre este punto específico. De un momento a otro, mientras contestaba, el tema se aclaró en mi mente. Así fue cómo, bendito sea el Todopoderoso, fui aceptado como estudiante de segundo curso en la universidad. Sin embargo, todavía faltaba lograr que me transfirieran del Instituto de la Industria de Defensa, del cual no era nada fácil que dejaran ir a alguien. Me costó mucho esfuerzo, pero finalmente todo salió bien.
En Kazán todos los judíos observantes, y los que valoraban el judaísmo, se conocían entre sí. Nuestra familia vivía en el mismo barrio que los Zilber, y recuerdo a Itzjak desde los tiempos cuando aún era un estudiante soltero. Tomaba un pedazo de pan y una Guemara y se iba al parque para todo el día «a prepararse para sus exámenes».
Siempre que alguno de los niños del barrio tenía dificultades para resolver sus tareas de matemáticas, iba a la bomba de agua (en las casas todavía no había canalización) a esperar a que Itzjak llegara a sacar agua. Mientras caminaba, Itzjak les explicaba a los niños cómo resolver sus problemas de matemáticas, lo cual los extasiaba. Cundo en invierno la madre de Itzjak salía a bombear agua helada, estos niños antisemitas (yo los conocía muy bien, pues estudiábamos en la misma escuela: siempre se burlaban de nosotros, nos llamaban «llid» con desprecio y buscaban excusas para pelear) salían de sus casas, bombeaban agua para ella y se la cargaban hasta su casa. Yo creo que hacían esto no solamente por tratarse de la madre de Itzjak. Era señal del profundo respeto que sentían por la familia Zilber. Los vecinos sabían que los Zilber eran personas profundamente religiosas y sentían que debían hacer algo bueno para ellos. Incluso los gentiles los trataban de manera especial.
De los relatos de Dr. Yaakob Tzatzkis
[2-3] Shabat durante mis estudios universitarios
Si cada año¹ tiene cincuenta y dos sábados, ¡imagínense cuántas veces en mi vida tuve que inventar excusas para no trabajar en este día! Además, necesitaba hacerlo de alguna manera que no fuera obvia y que no llamara la atención.
Mientras estudiaba en la universidad, no me permitía pensar más allá del próximo Shabat; inventaba un truco para cada Shabat —uno a la vez—. Le pedía al Todopoderoso: «Ribono shel Olam, Amo del Universo, por favor perdóname mis pecados y dame la oportunidad de cuidar este Shabat». ¿Por qué no pedía más? Las dificultades deben ser vencidas una por una. No es posible enfrentarse a un gran número de retos a la vez. Y además, ¿quién hubiera podido decir qué pasaría durante la semana? Era posible que hasta el siguiente Shabat, D-os no lo quiera, perdiera la vida; o que, D-os quiera, llegara el Mashiaj.
Tenía toda una serie de artificios que me ayudaban a evitar violar Shabat. Me untaba yodo en los dedos, por ejemplo, y me vendaba la mano. Así, si me llamaban al pizarrón a resolver un problema, parecía no estar en condiciones de escribir. Claro que no podía hacer esto cada Shabat, pero una vez por mes esta artimaña funcionaba bien. Otro de mis recursos se basaba en que me había hecho amigo de los alumnos más débiles de la clase y les ayudaba en matemáticas. Gracias a ello, resultaba natural que me sentara junto alguno de ellos en el auditorio. Cuando tocaba hacer trabajo escrito en Shabat, resultaba que «sin querer» se me había olvidado traer mi cuaderno. Cuando el instructor preguntaba: «¿Por qué no escribe?», yo contestaba: «Estamos trabajando juntos». El instructor quedaba satisfecho de que estuviera ayudando a los estudiantes débiles. A veces había exámenes sorpresa en Shabat. En esos casos yo comenzaba inmediatamente a sufrir de dolor de dientes y me iba a la policlínica. Puede ser que el doctor no me diera una constancia que justificara mi visita, pero por el momento mi problema estaba resuelto. Y así cada vez.
Anteriormente mencioné a Yevgeny Konstantinovich Zavoysky, el famoso investigador de resonancia paramagnética. Él enseñaba Física en la universidad, y me conocía. Cierto Shabat impartió una conferencia importante en la facultad. Había por lo menos doscientas personas en el auditorio. Yo estaba sentado cerca de un interruptor de luz, y era invierno, cuando oscurece alrededor de las tres de la tarde. De repente el profesor dijo: «Zilber, por favor encienda la luz». Hice como si no hubiera escuchado. Cinco minutos más tarde repitió su petición… ¡y después me volvió a decir, por tercera vez! Me quedé sentado como si estuviera sordo. Para mi gran alivio, una joven corrió al interruptor y prendió la luz.
Normalmente me mantenía muy al corriente con mis estudios y no vacilaba cuando alguno de los instructores me llamaba al pizarrón a resolver un problema. Pero en una ocasión, el profesor de Mecánica, Nikolai Guryevich Chetayev, me llamó al pizarrón en Shabat. Le dije que no estaba suficientemente preparado. Trato de alentarme, diciendo: «No se preocupe, yo le ayudaré». Decliné la invitación obstinadamente. Cuatro veces durante la clase trató de hacer que fuera al pizarrón, pero no fui. Como se imaginarán, fue desagradable y bastante incómodo. Además, mi comportamiento hubiera podido ofender al profesor, pero afortunadamente no se molestó conmigo.
Me vi obligado a luchar en contra de mi alto nivel de rendimiento académico, ya que por ser un estudiante sobresaliente me querían conferir el estatus honorífico de «becario de Lenin». Tenía miedo de que colgaran mi retrato en el tablero de honor. Ello necesariamente hubiera atraído atención hacia mi persona, dificultándome aún más la observancia de Shabat. Por esta razón me esforzaba deliberadamente en obtener calificaciones más bajas.
Hay algo que recuerdo como una verdadera pesadilla. Todos los estudiantes debían ingresar al «Komsomol», la Unión Juvenil Comunista. Esto me causó dificultades considerables. Negarse abiertamente a ser miembro era peligroso. Constantemente me asediaban para hacerme ingresar, obligándome a inventar todo tipo de excusas: «Aún no estoy listo; todavía no domino todas las enseñanzas de Lenin ni los escritos de Marx…», y así por el estilo. Así llegué al quinto año de estudios.
Se acercaba la fecha de los exámenes finales y yo aún no era miembro del Komsomol. ¡Esto era inconcebible y totalmente inaceptable! Golovanov, el ejecutivo del Partido Comunista de la facultad, me abordó para hablar personalmente conmigo sobre esta situación. «Aún no estoy listo, pero me estoy preparando», le contesté. Esto fue un viernes en la noche.
Esa misma noche, todos los estudiantes fueron llamados imprevistamente a una junta para hablar sobre la organización de los exámenes estatales. Estas juntas tenían su ritual fijo: primero se elegía un presidente, después un secretario… Golovanov sugirió: «¡Que Zilber sea el secretario!». El corazón me dio un vuelco. «¿A caso me descubrió?», pensé, «me estuvo presionando para que ingresara al Komsomol y ahora me propone como secretario… ¿quiere hacerme escribir en Shabat?». Trate de zafarme de esta tarea, sin éxito. Si se revelaba ahora la verdad acerca de mí, sería expulsado de la universidad…
La junta comenzó. Yo estaba sentado. La gente empezó a hablar, haciendo sugerencias para el calendario de los exámenes: tal grupo de estudiantes sería examinado en tal fecha, a tal hora… Escuchaba con mucha atención tratando de memorizar la información. Un estudiante, Genka Izotov, se dio cuenta de esto y se preocupó.
—¿Por qué no apuntas? —preguntó.
—Espera — le dije—, ya apuntaré.
Cinco minutos más tarde volvió a preguntar:
—¿Pero por qué no escribes? ¡Se nos va a olvidar todo! —Entonces perdió la paciencia y empezó a escribir él mismo. Sentí que un gran peso se levantaba de mi corazón. Si él tomaría nota todo estaría bien. En la noche, después de la salida de Shabat, pasé a su casa y copié sus apuntes. Todo se resolvió.
En otra ocasión, me salvé por milagro. Después del rezo estaba sentado en nuestra sinagoga «clandestina» estudiando Talmud en voz alta. ¡De repente vi entrar a un miliciano! Las autoridades se habían enterado de nuestra casa secreta de rezos y lo mandaron a cerrarla. Inmediatamente me callé, pero el miliciano había alcanzado a escuchar a alguien leyendo y dijo: «El que estaba leyendo, ¡que continúe!». ¿Pueden imaginar mi situación? Esto fue en el terrible año de 1937 y yo cursaba mi tercer año de universidad… Cómo logré escaparme de ahí, no voy a divulgar. Me conformaré con decir que lograron sobornar al miliciano y que este no cerró la casa de rezos.
Durante la guerra y los años después de la guerra, de 1942 a 1956, en Shabat y en las fiestas se reunía un minian en nuestra casa: mi padre quería que yo y mi hermano rezáramos con minian, y sabía que si el rezo sería en otro lugar, no iríamos. En un Rosh haShaná Itzjak rezó con nosotros. Nuestra casa estaba en la esquina de dos calles, justo a espaldas del dormitorio del Instituto de Tecnologías Químicas. Itzjak de alguna manera logró entrar a nuestra casa, pero no podía salir de manera normal a través de la puerta. Precisamente a esa hora los estudiantes regresaban al dormitorio después de sus clases y hubieran visto a Itzjak, que se había ausentando del Instituto «por enfermedad». Cuando terminó el rezo, Itzjak, sin vacilar ni un momento y sin preguntarnos, brinco sobre una reja de dos metros de altura atrás de nuestra casa, pensando que caería en un terreno baldío; en lugar de ello, sin embargo, cayó en el patio vecino, el cual estaba cuidado por un pastor alemán fiero. Por suerte, Itzjak cayó en un lugar angosto del patio, a solo unos pasos de distancia de la siguiente reja. El perro se abalanzó sobre él pero no lo alcanzó. Izjak ya había escalado la otra reja y logró escapar con un mero rasgón en el pantalón. Al día siguiente nos contó la historia.
De los relatos de Dr. Yaacob Tzatzkis
En esos tiempos agentes de la KGB, vestidos de civiles, visitaban frecuentemente la universidad. Se interrumpían las clases y comenzaba la propaganda:
—Mientras más crecen los logros del socialismo, más crece la ira del enemigo. Este envía espías y saboteadores… —etcétera, etcétera, la misma canción bien ensayada de siempre.
—¡Camarada Shaposhnikov! —se dirigieron improvistamente a uno de los estudiantes en el auditorio—, ¿su primo está arrestado?
—No sé —se escuchó una voz débil.
—Y fulano de tal, ¿es pariente suyo?
—No me acuerdo —contestó entre dientes.
Un estudiante obsequioso, tratando de hacer una buena impresión, irrumpió en el intercambio:
—Parece que no te acuerdas de nada. ¿Para qué entraste a estudiar Matemáticas si tienes tan mala memoria?
En la próxima clase ya no ví a Shaposhnikov…
Algo similar pasó con el profesor de Materialismo Dialéctico. Exponía su materia con tanta convicción que parecía que hubiera visto todo lo que contaba con sus propios ojos. Y de un día a otro ya no estaba. Simplemente desapareció. ¿Por qué? ¿Qué pasó? Había sido declarado «enemigo del pueblo». Otro maestro tomó su lugar, y tres semanas más tarde también él fue arrestado. Trajeron a un tercer maestro, con los mismos resultados. El director del Instituto de Tecnologías Químicas donde estudié al principio, un hombre amable que se llamaba Kadirov, también fue encarcelado. Pusieron a otra persona en su puesto y poco después también al él lo encarcelaron. Así eran las cosas entonces.
[2-4] Los tres preceptos incondicionales
Una vez mi padre y yo tuvimos una plática acerca de los tres preceptos que los judíos deben observar incluso bajo amenaza de muerte. Para los judíos está categóricamente prohibido hacer cualquiera de las siguientes tres cosas: abandonar la fe en el D-os Único (por ejemplo por medio de conversión al cristianismo), tener relaciones prohibidas y asesinar. No existen circunstancias que justifiquen la transgresión de alguno de estos tres preceptos: debemos observarlos aunque su observancia nos cueste la vida. Los demás preceptos pueden ser violados bajo determinadas circunstancias. Por ejemplo, si por motivos de lucro un patrón obliga a su trabajador judío bajo amenaza de muerte a trabajar en Shabat como si fuera un día común de trabajo, el judío debe consentir. Incluso si el único propósito de los acosadores del judío es hacer que profane Shabat, el judío debe acceder si la profanación no es pública y su negativa pondría su vida en peligro. Solamente si lo obligan a violar algún precepto de la Torá en presencia de diez o más judíos debe morir y no transgredir. Sin embargo, está categóricamente prohibido bajo cualquier circunstancia rechazar nuestra fe en Un D-os, tener relaciones prohibidas y asesinar.
Mi padre y yo discutimos de manera especialmente detallada la primera de estas prohibiciones: la prohibición de renunciar a nuestra fe en D-os. Mi padre dijo que si a un judío lo obligan a unirse al partido Comunista o al Komsomol (una de las condiciones para hacerse miembro era negar tener fe en la existencia de D-os), debe entregar su vida, mas no aceptar. En generaciones pasadas cuando un hijo se convertía al cristianismo sus padres cuidaban una semana de luto por él, como si hubiera muerto literalmente (el período de luto se llama «shiva», dura siete días y exige un comportamiento específico: luto constante excepto en Shabat, permanecer en casa sin ocuparse de sus asuntos, etc.). De acuerdo a la ley judía, decía mi padre, también había que cuidar shiva por judíos que se volvían comunistas. Esta conversación debe haber transcurrido en algún año de la década de los cuarenta. El mismo día en el que mi padre y yo habíamos hablado sobre este tema me encontré con Yaacob Tzatzkis (hoy en día la mitad de Israel conoce a este médico-urólogo, quien también es mohel, pero en ese entonces era apenas un muchacho) y de alguna manera, muy impresionado por las palabras de mi padre, le repetí a Yaacob nuestra conversación.
En ese entonces todos ingresaban al Komsomol, como decían de broma los ciudadanos soviéticos «voluntariamente a la fuerza». En la clase deYaacob y su hermano también registraron a todos; él y su hermano fueron los únicos a quienes no lograron «enganchar». Pero después de su conversación conmigo Yaacob decidió ingeniárselas para no ingresar. Y efectivamente, él y su hermano jamás se hicieron miembros del Komsomol.
Yo y mi hermano mayor Boris (Dov) estudiamos en la misma clase en la escuela. Todos los niños de catorce años, sin excepción, iban a ser inscritos al Komsomol. Recuerdo que Itzjak sabía que estábamos a punto de ser inscritos y llegó a visitarnos especialmente por eso. Esto debe haber sido en 1943 o 1944.
Reb Itzjak llegó y comenzó a hablar sobre el tema. Nosotros le dijimos que todos los estudiantes se hacían miembros, que era una mera formalidad. Nos dijo que no, que entrar al Komsomol era renegar de la existencia del Todopoderoso y que era equivalente a bautizarse, lo cual era para nosotros, por supuesto, impensable. Dos días después toda nuestra clase fue llamada al final del día de escuela:
—¡Tomen sus portafolios, vamos a la oficina Comunista regional!
Mi hermano y yo dijimos los dos a la vez:
—No avisamos en casa que llegaríamos tarde y nuestra madre está enferma. No podemos ir.
—Está bien —nos dijeron—, pero mañana a primera hora se van a la oficina regional. —(En la escuela estudiábamos en turno vespertino).
No fuimos. Cuando nos preguntaron por qué, inventamos otra excusa. Y así continuamos hasta el final de nuestros años de escuela… y todo salió bien. ¡Fue un verdadero milagro! Ni siquiera estuvimos presentes jamás en una de las juntas públicas del Komsomol; cada vez encontrábamos alguna excusa.
Incluso fui aceptado a la universidad sin ser miembro. Falté los primeros días del año académico porque estaba enfermo. Llegué a la universidad más o menos el tercer día de clases y me encontré a una estudiante conocida que me saludó exclamando:
—¡Felicidades!
—Gracias —le dije —. Felicidades a ti también. —Pensé que me estaba felicitando por haber sido admitido a la universidad.
—No me refiero a eso —aclaró—. ¡Fuiste elegido para ser organizador del Komsomol! —Alguna confusión…
En la universidad, D-os mismo nos cuidó durante seis años. Nunca fuimos con la clase cuando todos iban a cosechar papas². ¿Cómo hubiéramos podido rezar y cuidar kashrut en un viaje así? Y nadie nos pidió ninguna explicación, aunque esto fue entre 1948 y 1953, los años de apogeo del comunismo.
De los relatos de Dr. Yaacob Tzatzkis
¹ N.T. Rav Zilber se refiere aquí al año gregoriano.
² N.T. En el verano normalmente mandaban a los estudiantes universitarios a ayudar en el trabajo de la cosecha.
[3] «La mujer sabia construye su casa». El cometido de la madre es proteger la casa de influencias externas
Rav Shimshon David Pinkus
[3-1] Entender la complejidad del problema es necesario para encontrar una solución
Cuando se plantea una cuestión tan importante como la de la educación de los niños, antes que todo debemos entender cuán importante es.
Supongamos que cierta persona está resfriada y acude al médico a pedirle que la cure. Si el médico le dice: «Usted está muy resfriado, sus pulmones están llenos de mucosidad y es necesario operar para limpiarlos», es muy probable que el paciente responda: «Creo que prefiero seguir estornudando…», pues su enfermedad no es grave: puede vivir con ella. Su resfriado no le preocupa lo suficiente como para dejarse operar.
Sin embargo, si el médico le dice que su enfermedad es muy seria y que necesita someterse urgentemente a una operación difícil y complicada, el paciente entenderá que, dada la gravedad de la situación, es imperativo actuar. ¡En este caso no tendrá más remedio que dejarse operar, incluso si fuera necesario retirar un órgano enfermo!
Cuando estamos conscientes de la gravedad del problema que encaramos, cuando vemos que uno de nuestros órganos amenaza nuestra vida, estamos dispuestos a hacer cualquier esfuerzo para salvarnos.
¡Desde esta posición debemos mirar el tema de la crianza de los hijos!
Si se nos dice que para lograr el éxito en la educación de nuestros hijos, necesitamos leer cada día un capítulo de Tehilim, nos parecerá que el problema no es tan terrible. En cambio, si se nos dice que es indispensable que cambiemos radicalmente nuestra forma de vida, nos daremos cuenta de que el problema de la educación de los niños es muy serio, y no escatimaremos esfuerzos para resolverlo correctamente.
Rambam en «Shmona Prakim» (al principio del primer capítulo) compara las enfermedades del cuerpo con las enfermedades del alma. Cuando el cuerpo de alguna persona es atacado por una enfermedad terrible, dicha persona no escatima esfuerzos: está dispuesta a cruzar el mundo entero para encontrar al médico y los medicamentos que le ayuden a sanar. Para curar el alma, para corregir los malos atributos, también es necesario invertir esfuerzos.
Lo mismo es cierto en materia de la crianza de los hijos. Si tan solo logramos comprender que se trata de algo fundamental para nuestra alma, no escatimaremos esfuerzos: trataremos de poner en práctica la solución que se nos ofrezca aunque esta sea difícil, onerosa o incluso totalmente irrealizable.
[3-2] La persona es susceptible a la influencia del entorno
Rambam escribe (Hiljot Deot, 6:1): «El hombre fue creado de tal manera que es susceptible, en sus juicios y acciones, a la influencia de su entorno, y tiende a comportarse de acuerdo con las costumbres de su país…».
«El hombre fue creado de tal manera», tal es su naturaleza, «que es susceptible a la influencia de su entorno». La naturaleza es obra del Todopoderoso; sabemos de nuestros Sabios, que la guematria (valor numérico) de la palabra «naturaleza» (הטבע) es igual a la guematria del nombre del Todopoderoso (אלקים). Afirmar que alguien es capaz de obligarse a sí mismo, o de obligar a sus hijos, a no ser influenciado por el entorno, es como decir que alguien es capaz de amarrar al Sol y prohibirle brillar… ¡Si la susceptibilidad a la influencia del entorno es parte de la naturaleza humana, no hay persona capaz de resistir dicha influencia!
¿Cuál es nuestro entorno? ¡Oscuridad total! ¡La falta de vergüenza y las abominaciones que vemos en nuestros días no existieron nunca antes, desde la creación del mundo!
Or HaJaim dice (Shemot 3:8) que los judíos en Egipto bajaron hasta el cuadragésimo noveno nivel de impureza, y que si hubieran bajado al quincuagésimo no hubieran podido salir de ahí, porque todavía no tenían la fuerza de la Torá. ¡Asimismo, Or HaJaim dice que en el futuro los judíos descenderán al nivel quincuagésimo de impureza, y con la ayuda de la Torá se levantarán de ahí!
Cualquiera que tenga ojos entenderá que estas palabras se refieren a la actualidad. Nunca antes imperó una realidad tan terrible como la actual. ¡Y puesto que Rambam dice que la susceptibilidad a la influencia del entorno es parte de la naturaleza humana, no cabe duda de que nuestro problema es muy grave!
No estoy diciendo que nuestros hijos se comporten indignamente, ni estoy criticando la educación que les damos. ¡Sin embargo, ya que la realidad es que vivimos en un entorno corrupto, tenemos ante nosotros un problema muy serio!
¿Por qué no nos damos cuenta de ello? ¿Cómo puede ser que no vemos el peligro?
Imaginemos que un paciente llega al médico para un chequeo de rutina. Durante la prueba, el médico descubre que tiene una enfermedad terrible. El paciente dice: «¡No puede ser cierto! ¡Me siento de maravilla!». Mira en el espejo… se ve completamente sano, no hay seña alguna de la supuesta enfermedad. ¡A pesar de la falta de síntomas, sin embargo, esta persona está gravemente enferma! Si los resultados de los análisis indican la presencia de la enfermedad, deberá buscar una manera de curarse de ella, aunque no vea y no sienta sus manifestaciones.
[3-3] El pueblo de Israel no es «como todos los pueblos»
Cuando los judíos le pidieron a Shmuel: «Pon sobre nosotros un rey que nos gobierne, como gobiernan reyes a todas las naciones» (Shmuel I, 8:5), dicha petición no agradó ni al Eterno ni al profeta Shmuel: «Y no agradó esto a Shmuel… y dijo Hashem a Shmuel… no te rechazaron a ti, sino que rechazaron mi soberanía sobre ellos» (Shmuel I, 8:6-7).
La petición del pueblo judío de que un rey reinara sobre ellos fue una expresión más de su falta de voluntad de aceptar la soberanía del Todopoderoso. Y cuando Shaul fue ungido, el profeta Shmuel les dijo: «Ya que hoy es la cosecha del trigo, voy a llamar a Di-s y pedirle que mande trueno y lluvia, y entenderán y verán qué grande es la maldad que hicieron ante los ojos del Todopoderoso cuando pidieron un rey» (Shmuel I, 12:17). Shmuel les mostró la destrucción que su petición había causado en el mundo.
Los comentaristas (Radak, Ralbag) preguntan qué tuvo de malo la petición del pueblo judío en los ojos de Shmuel y del Todopoderoso, siendo que a su llegada a la Tierra de Israel se les ordenó: «te impondrás un rey» (Devarim 17:15). La respuesta bien conocida es que su pecado fue que pidieron un rey «como todas las naciones».
¿En qué se distingue la monarquía judía de todas las demás monarquías?
En el mundo hay setenta pueblos y el pueblo judío, del cual la Torá dice: «he aquí una nación que residirá solitaria y entre los pueblos no será contada» (Bemidbar 23:9). El pueblo judío no entra dentro de la cuenta de las naciones. Cuando surgió el Estado de Israel, el rav de Brisk, de bendita memoria, reaccionó de la siguiente manera: «Ahora hay setenta y un pueblos en el mundo». Con esta frase lacónica el rav de Brisk describió claramente la destrucción que conllevó la creación del Estado de Israel: la destrucción de la singularidad del pueblo de Israel.
Expliquemos cuál es la diferencia entre el pueblo de Israel y las demás naciones.
[3-4] ¿Cuál es la diferencia entre Shabat y los demás días de fiesta?
La parasha Emor dice: «Las festividades designadas del Eterno que ustedes designarán como convocaciones santas, estas son Mis festividades designadas. Durante un período de seis días se podrá realizar la labor, pero el séptimo día es Shabat de reposo completo, una convocación de santidad, no realizarán ninguna labor» (Vaikra 23:2-3). Y preguntan nuestros Sabios de bendita memoria (Yalkut Shimoni, Emor, 643): «¿Cuál es la diferencia entre Shabat y las fiestas?».
Se dice en nombre del Gaón de Vilna que el versículo: «Seis días se podrá realizar la labor» se refiere a los seis días festivos en los cuales se permite hacer trabajo para el sostenimiento del alma (está permitido preparar comida). Pero en el séptimo día, es decir Shabat, «no realizarán ninguna labor».
Cada fiesta tiene su propia particularidad, inherente a su nombre. Pesaj es un recordatorio de que Hashem agració («pasaj») los hogares judíos durante la plaga de los primogénitos. Shavuot es un recordatorio de la cuenta de días y semanas hasta la entrega de la Torá. Sucot es un recordatorio de que Hashem nos cubrió («sajaj») y protegió («sikej») con las nubes de gloria. Rosh HaShana es «el día del comienzo de tus asuntos». Y el nombre «Shabat» tiene como raíz «shvita»: ‘cese, ausencia de trabajo’.
Para mayor claridad, imaginemos que cada una de las fiestas es un precioso cuadro independiente que desarrolla su propio motivo. Shabat, en cambio, no es comparable a un cuadro, sino a un espejo. El espejo no tiene motivo propio: muestra cualquier cosa que pongamos ante él. Di-s creó el mundo en seis días. Cuando llegó Shabat, todo se detuvo. «El séptimo día es Shabat». Shabat refleja lo que queda cuando no hay nada más: Shabat refleja al Todopoderoso.
Cuando nos preparamos para Shabat, nos estamos preparando para encontrarnos con Hashem. En sentido figurado, en Shabat somos los invitados de Hashem. Ello es similar a la parábola del rico filántropo que está por casar a su única hija y pide a uno de sus allegados que organice una maravillosa comida festiva de lujo, correspondiente al nivel de su riqueza. Su allegado responde: «¡Pero yo no tengo el dinero necesario!». Entonces el filántropo le entrega una chequera abierta y le dice: «¡Todo corre por mi cuenta!».
Shabat es el día del Todopoderoso, y Él nos pide que preparemos tres comidas festivas en su honor. ¿Qué respondemos? «“Después de todo, los Cielos y los Cielos de los Cielos no te pueden contener” (Melajim I, 8:27). ¿A caso tenemos los medios para preparar una comida festiva en Tu honor?». El Todopoderoso nos dice: «¡Tomen de mi cuenta, yo pagaré! (Beitza, 15b).
Antes de cada fiesta (Pesaj, Shavuot, Rosh haShana…), sentimos un ánimo especial mientras nos preparamos con emoción para recibirla. Shabat, sin embargo, no nos afecta de la misma manera. ¿Por qué? Cada día de fiesta tiene un contenido interior que llena nuestros corazones de alegría a medida que se acerca. Shabat, sin embargo, no tiene contenido interno independiente: ¡es un «espejo», y si nosotros mismos no lo llenamos de contenido espiritual, permanece —Di-s no lo quiera— vacío y sin sentido!
[3-5] Cada nación tiene su propia personalidad
De la misma manera en la que Shabat es diferente de los demás días de fiesta, el pueblo judío es diferente de los demás pueblos.
Cada nación tiene su propia personalidad. Cada nación tiene su estilo, apariencia, forma de pensar, estilo de vida, vestimenta, mentalidad, etc. ¡El pueblo judío, en cambio, es un espejo que refleja lo que está delante de él! Los judíos que viven en Rusia reflejan la manera rusa de pensar, los de Italia, la italiana, etc.
¿Quién es el americano por excelencia? ¡El judío americano! Los irlandeses que se asientan en los Estados Unidos permanecen irlandeses durante tres generaciones. Los japoneses permanecen japoneses incluso durante siete generaciones: en su mentalidad sigue habiendo algo «japonés». Los judíos, en cambio, son como un espejo que refleja lo que los rodea; a menudo esto los lleva a perder su contenido judío y mezclarse con el medio ambiente.
Es por lo anterior que entre nosotros hay tantos americanos. Recuerdo un incidente de mi juventud. En una ocasión algunos chicos de nuestra yeshiva jugaron al baloncesto contra un equipo no-judío, después de lo cual uno de ellos me dijo con orgullo: « ¡Ganamos!». El judío es capaz de jugar juegos no-judíos e incluso ganar… Nos vestimos como americanos, pensamos como americanos e incluso nos dedicamos a tonterías americanas… Por ser un espejo, lo hacemos a la perfección. Nosotros somos los verdaderos americanos…
Una vez, durante un viaje, fui junto con el judío americano con quien estaba viajando a una institución. Junto a la entrada estaba sentado un guardia puertorriqueño, quien trató de explicarnos en su inglés entrecortado que no había paso. Esto hizo enojar a mi compañero: «¡Qué insolencia! ¡¿Ni siquiera habla inglés y quiere dictarme qué debo hacer?!»
[3-6] Los judíos reflejan lo que hay ante ellos
Si los judíos se apegan a Hashem, Hashem se refleja en ellos. En palabras del no-judío a quien Shimon ben Shetaj le devolvió lo que había perdido: «Bendito sea D-os, el D-os de Shimon ben Shetaj» (Devarim Raba 3:3). No hay una individualidad llamada Shimon ben Shetaj, pero hay un Di-s de Shimon ben Shetaj: ¡el Todopoderoso, Quién se refleja en Shimon ben Shetaj!
Cuando los judíos están en la Tierra de Israel, cuando tienen su Templo —la fuente de santidad en el mundo—, entonces son judíos. Cuando se apegan a D-os, Su santidad se refleja en ellos y son el «pueblo sagrado».
Hay una fotografía famosa del gaon rav Yosef Rozin, el «Rogachever Gaon» de bendita memoria, con el cabello muy largo. ¡Él no se cortaba el pelo, porque para hacerlo hubiera tenido que descubrirse la cabeza, y con la cabeza descubierta no hubiera podido estudiar Torá! Cuando le preguntaron por qué no podía interrumpir brevemente su estudio de la Torá, contestó: «¡En el momento en el que no estoy estudiando Torá, soy un ignorante!».
Si la calidad distintiva del pueblo judío fuera la santidad, siempre sería santo. Pero los judíos carecen de individualidad: toda su esencia consiste en ser «espejo». Cuando un judío está parado ante la Torá, es sagrado, ¡y cuando está parado ante alguna otra cosa, es un ignorante!
¡El cometido de los judíos es estar siempre y en cualquier circunstancia parados ante Hashem!
[3-7] «Mi esposa es mi casa»
«Dijo rabi Yosi: “Nunca llamé a mi esposa ‘esposa’… siempre la llamé ‘casa’”» (Shabat 118b). «“Así dirás a la casa de Yaacob” se refiere a las mujeres» (Shemot Raba 28:2).
La nación judía se divide en hombres y mujeres. En los hombres, el Todopoderoso se refleja a través del estudio de la Torá y del cumplimiento de los preceptos. ¡En cambio, la santidad es inherente a la naturaleza de la mujer, y por lo tanto ella está exenta del estudio de la Torá! Por la misma razón, lo que define si un niño es judío es quién es su madre, y no su padre; pues el padre tiene santidad solo en la medida en que esta se refleja en él, mientras que en el caso de la madre, la santidad es inherente a su naturaleza.
El cometido de la mujer es «la casa». Ella debe proteger su propia santidad. Si se encuentra en su casa, su proximidad al Todopoderoso está protegida, y ella reflejará santidad sin siquiera hacer para ello un esfuerzo especial.
Esto lo vemos en el ejemplo de Abraham y Sara. Abraham se dedicaba a la caridad, recibía invitados, difundía la fe en D-os en el mundo. Y Sara «hela ahí en la tienda»; ella cuidaba la casa. Cuando vio a Ishmael «divirtiéndose» le exigió a Abraham: «¡Expulsa a esta sierva y a su hijo…!».
Dice la Guemara: «Ni “monte”, como le llamó Abraham; ni “campo”, como le llamó Itzjak; sino “casa”, como le llamó Yaacob» (Pesajim 88a). Cada uno de nuestros patriarcas llamó al Templo por otro nombre, y el Todopoderoso escogió el nombre «casa». ¿Por qué?
El Templo necesita una protección especial de la influencia del entorno; debe estar cerrado y protegido de todos los lados. Si un periodista entra al Templo, su santidad se «agrieta». Por lo tanto no es suficiente que el Templo sea «montaña», que está por encima de todo; ni que sea «campo», que es propiedad privada. Debe ser precisamente «casa», para que ninguna persona ajena pueda afectar y destruir su santidad.
El Templo, Shabat y la madre judía comparten un objetivo común: transmitir santidad. Es por ello que deben estar apartados de toda influencia (incluida, en el caso de la madre judía, la influencia de su propio ego) para absorber plenamente la santidad, reflejarla y transmitirla. ¡Por lo tanto necesitan la mejor protección!
[3-8] «La sabiduría de la mujer construye su casa»
La misión de la mujer es proteger su casa de la influencia del entorno.
Todo lo que vemos o escuchamos, lo absorbemos…. más que cualquier otra nación. Rambam escribe: «El hombre fue creado de tal manera que es susceptible a la influencia de su entorno…». Y nuestros Sabios dijeron: «Solo tú te llamas persona; los idólatras no se llaman persona» (Yevamot, 61a). Cuando Rambam escribe «persona» se refiere a ‘judío’. Al abrir un periódico, absorbemos cada palabra que leemos. Cada frase se vuelve parte de nosotros. Lo que aparece en el periódico no son necesariamente cosas sucias. Por ejemplo, podemos enterarnos de que subió el precio de los automóviles en Japón… Ello no tiene nada de malo, y es irrelevante en nuestras vidas. Sin embargo, esta noticia se vuelve parte de nosotros y nos convierte en personas «seculares», interesadas en lo que sucede en el mundo.
Una vez le pregunté a una madre judía que tenía un libro en las manos: «¿Le gustaría que su hija leyera este libro?». La mujer se estremeció y respondió: «¡Solo sobre mi cadáver!». Yo le dije: «¡Por favor no se muera, viva hasta los ciento veinte… pero sepa que los libros que usted lee, leerá también su hija!».
Nuestra situación es muy grave. Las mentes de nuestros niños están repletas de información ajena al judaísmo. No tenemos más remedio que realizar una cirugía y retirar el órgano que representa un peligro para nuestra vida. ¡Debemos abandonar el país en el cual estamos! No digo que necesariamente haya que mudarse a Israel o a otro país. ¡Digo que debemos volver a casa: rechazar las propuestas del mundo exterior y fortalecer las paredes de nuestra casa desde su interior! Debemos construir casas en las cuales reine la santidad y la pureza.
Esto es una operación compleja que posiblemente conduzca a la extirpación de algún órgano; ¡pero es lo que Hashem espera de nosotros! Las tragedias suceden una tras otra. Ya ocurren pogromos incluso en América… Debemos alejarnos de los no-judíos. No los necesitamos a ellos, y mucho menos necesitamos su influencia sobre nosotros.
No hay necesidad de buscar e inventar maneras de criar a nuestros hijos. Todo lo que tenemos que hacer es protegerlos en pureza y santidad dentro de las murallas de una auténtica casa judía.