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[1] Permanecer Judío: La Vida de Rav Itzjak Zilber
Agradecemos a rav Ben Tzion Zilber por permitirnos publicar la traducción al español del libro «Permanecer judío», las memorias de su padre rav Itzjak Zilber de bendita memoria. En esta conmovedora autobiografía, rav Itzjak Zilber, el legendario líder de los judíos de Rusia en Israel, cuenta la historia de su vida, entretejida con la historia de los judíos de Rusia detrás de la Cortina de Hierro, y narra las pruebas formidables a las que él y su familia se enfrentaron para permanecer judíos observantes de la Torá. Este libro ha sido un bestseller en ruso, hebreo, inglés y francés. ¡Ahora también en español, esta historia continuará inspirando a miles, mostrando el verdadero significado de Permanecer Judío!
[1-1] En lugar de escuela
[1-1-1] Cómo estudié
No sé de ningún otro padre cuyo hijo esté tan endeudado con él por los conocimientos que le transmitió como lo estoy yo con mi padre, de sagrada memoria. Mi padre me enseñó el alef-beis, me impartió conocimientos del Tanaj, estudió conmigo Shulján Aruj, Mishná y Guemará.
¿Cómo lo logró mi padre? No lo sé; pero cierto es que jamás estudié en una escuela, ni siquiera una hora. Bajo el sistema soviético y las leyes de educación primaria obligatoria, esto es nada menos que un milagro. Para asegurarse de que yo estuviera a la par de los demás niños, mi padre algún tiempo contrató tutores privados que estudiaban conmigo los programas escolares de matemáticas, física y ruso. La mayor parte del tiempo, sin embargo, él mismo me enseñaba incluso estas materias (cómo y cuándo obtuvo estos conocimientos, desconozco, pero tales preguntas no se le hacen a un talmid jajam, una persona que sabe estudiar). Todo esto lo hizo por mí, con tal de no mandarme a la escuela.
Desde que yo era muy pequeño mi padre siempre me llevaba con él a la sinagoga. A los seis años ya me sabía perfectamente todos los rezos y los recitaba de memoria.
Recuerdo que en cierta ocasión, cuando yo tenía unos ocho años, mi padre y yo estábamos sentados a un lado escuchado cómo el shojet (un shojet debe saber bien las leyes de shejitá y ser un hombre justo y estudioso de la Torá) estudiaba Mishná con un grupo de unos de treinta judíos. Mi padre se volvió hacia mí y me susurró al oído:
—Quiero que sepas que en este lugar su explicación no es correcta. —Me sorprendí: ¿Por qué no corregía mi padre al shojet?
Al terminar la clase los hombres recitaron el rezo de la noche y se retiraron. El shojet se acercó a mi padre y comenzó a conversar con él. Mi padre mencionó de manera casual:
—Sabe, en la Mishná hay un lugar que no todos entienden correctamente… —Y entonces se lo explicó.
—¡Ay! —exclamó el shojet—. También yo expliqué mal este lugar. Mañana debo repetir el tema y corregir mi error.
Entonces comprendí por qué mi padre había guardado silencio al escuchar la explicación equivocada: para no avergonzar al shojet enfrente de todos. Esta fue una lección importante para mí.
En general, mi padre era una persona suave e incluso tímida. Solía decir: «Si alguien necesita algo, que venga conmigo y yo lo ayudaré». Mi madre, por lo contrario, era muy activa. Si sabía que alguien necesitaba algo, ella misma corría a ayudar.
Por ley judía los hombres deben dormir y comer en una sucá durante el festival de Sucot. La obligación de comer en la sucá en la primera noche está regida por leyes más estrictas que durante el resto de la semana. En los demás días de Sucot, si está lloviendo se permite entrar a la casa y comer bajo techo, pero en la primera noche se debe esperar a que pase la lluvia y comer dentro de la sucá.
En Kazán solamente una o dos familias judías tenían la posibilidad de construir una sucá. Mi familia no era una de ellas, pero a pesar de ello siempre comíamos en una sucá en Sucot. Recuerdo que una vez, en la primera noche de Sucot, mi padre y yo rezamos y después salimos a buscar una sucá. (Ni siquiera entre los miembros del minián se hablaba sobre quién tenía sucá, ¡así de importante era guardar el secreto!).
Fuimos a una casa donde normalmente había sucá… pero ese año no tenían. Fuimos a otro lugar… ¡tampoco! Llovía a cántaros esa noche, pero seguimos buscando. Después de cuatro horas de búsqueda seguíamos sin encontrar sucá. Finalmente, alrededor de la media noche, encontramos una. ¡Baruj Hashem, tuvimos el mérito de cumplir la mitzvá de comer en una sucá en la primera noche de Sucot!
Desde que tengo memoria, vivíamos en un departamento de tres piezas que era propiedad del gobierno. No suena mal, ¿cierto? Pero la situación era así: mis padres y yo —los tres—, vivíamos en un cuarto de doce metros cuadrados; había otra familia que vivía en un cuarto similar y el cuarto principal había sido destinado al grupo de jóvenes de la «Yevsectsia», la sección judía del Partido Comunista.
[1-1-2] Yevsectsia, o ¿quién es Amalek?
«Yevsectsia» es un nombre general que designaba a las organizaciones judías del Partido Revolucionario Comunista de Bolsheviques. Después de la revolución, los comunistas crearon secciones étnicas dentro del Partido cuya función era implementar la ideología comunista «entre su propia gente», en otras palabras, convencer a la gente —en su propio idioma— de «construir el socialismo». Los miembros de la Yevsectsia combatieron despiadadamente los «vestigios del pasado»: la fe de sus padres. Cerraron sinagogas y mikvaot, prohibieron la shejitá y encarcelaron a quienes enseñaban Torá.
La Torá dice: «Recordarás lo que Amalek te hizo en el camino, cuando ustedes salieron de Egipto; que se topó contigo en el camino y te atacó por la retaguardia, a todos los endebles detrás de ti, estando tú exhausto y fatigado, y no temió a D-os» (Devarim 25:17-18). «No temió a D-os», esta es la característica principal de Amalek. La Torá continúa (Devarim 25:19): «Y sucederá que cuando el Eterno tu D-os te conceda descanso de todos tus enemigos en derredor, en la tierra que el Eterno tu D-os te entrega como heredad para tomarla en posesión, borrarás el recuerdo de Amalek de debajo del cielo; no olvidarás». He aquí dos mandamientos distintos e independientes: por un lado recordar lo que hizo Amalek y por otro lado no olvidarlo. La Torá refuerza el mandato asignándole dos preceptos paralelos: uno «asé» (prescriptivo) y uno« lo ta’asé» (prohibitivo). Por cierto, Rashi señala la diferencia entre estos dos preceptos: «no olvidar», dentro del corazón, y «recordar», con los labios. La Torá nos exige que siempre tengamos presente en nuestra memoria lo que nos hizo Amalek.
Antes de la Segunda Guerra Mundial me preguntaba por qué la Torá eterniza el recuerdo del malvado Amalek. La Torá no nos da una orden similar en relación a ningún otro enemigo (y los enemigos abundan en la historia del pueblo judío). ¿Por qué? Durante la guerra comprendí: porque Amalek es más terrible y peligroso que cualquier otro de nuestros enemigos.
¿Para qué hace hincapié la Torá (dos menciones dentro de tres versículos) que Amalek nos atacó «en el camino»? ¿A caso si un bandido ataca a una persona en su casa… se le perdona?
Lo que pasa es que en casi cualquier guerra, el motivo —o al menos el motivo formal principal— es disputa territorial. Pero el pueblo judío no tenía tierra propia, estaba «en el camino».
También hay guerras motivadas por el deseo de robar. Los judíos no tenían gran riqueza. ¡No fue en aras de los aretes y anillos con los que salieron de Egipto que los atacó Amalek! A Amalek estas joyas no le interesaban.
Ocurre que explota el odio ancestral de dos naciones, como pasa entre los armenios y los azerbaiyanos. Pero en este caso tampoco había tal motivo. Amalek era nieto de Esav. Esav y nuestro patriarca Yaacov eran hermanos. Cierto, entre ellos había habido enemistad; sin embargo, al recibir de Yaacov regalos de mucho valor, Esav voluntariamente se fue de Eretz Israel a Seir.
¿Por qué, entonces, atacó Amalek a los judíos? Tenía un motivo… pero un motivo singular.
El Éxodo de Egipto ocurrió por medio de milagros. Las plagas de Egipto fueron una «terapia» tanto para los egipcios como para los judíos, quienes tras el largo periodo de deterioro en Egipto habían comenzado a adorar ídolos y no estaban circuncidados. Tanto a los egipcios como a los judíos había que hacer ver que hay un D-os, que el mundo tiene un Amo que lo maneja. Es por eso que Hashem golpeó a Egipto con las diez plagas: le dio a Egipto diez lecciones. Por ejemplo, el ídolo principal de Egipto era el río Nilo. Por eso, dos de las primeras tres plagas (las «lecciones» se dividieron en grupos: tres, tres, tres y una) recayeron sobre el Nilo: el agua se convirtió en sangre y la tierra se llenó de ranas salidas del río.
Después de presenciar las diez plagas de Egipto, los judíos tenían fe en D-os. Y también muchas otras naciones comenzaron a reflexionar sobre Él… Amalek, sin embargo, se mantuvo firme con su lema de no creer en fuerzas por arriba de la naturaleza y «no temió a D-os». Amalek se propuso «desmentir el mito» y llegó al desierto a atacar a los judíos, quienes iban guiados por el Eterno, simplemente para mostrarle al mundo que no había razón para temerles. Al final Amalek fue vencido, pero el temor a los judíos como nación de D-os ya había sido socavado.
El nombre «Amalek» contiene dos raíces: «Am», ‘pueblo’, y «lak», ‘chupar’. Amalek es el «pueblo que chupa [sangre] a lengüetazos». Un pueblo que no simplemente mata, sino que mata causando gran tormento… y saboreando su asesinato.
La guematria (el valor numérico de las letras que componen una palabra) de «Amalek» es la misma que la de «safek», ‘duda’. El propósito principal de Amalek es sembrar la duda en el corazón de los judíos: «¿Quién dijo que existe D-os?, ¿Quién dijo que la Torá es Divina?». Y después: «No se necesita rezar, no se necesita cuidar Shabat. Se puede ser judío sin todo eso…» y tantas otras cosas en este mismo estilo que lamentablemente hemos escuchado más de una vez.
Amalek enfría corazones. Está escrito sobre Amalek: «que se topó contigo en el camino», ‘asher karja ba-derej’. Hay una segunda manera de entender estas palabras: «que te enfrió en el camino» (la palabra karja viene de la raiz kor, la cual significa ‘frío’). «En el camino» puede entenderse como referencia al largo camino en el que nos encontramos hasta hoy, el cual se extiende desde el comienzo de nuestro exilio hasta le llegada de Mashíaj… un largo trecho.
Más adelante la Torá dice (Shemot 17:16): «…pues la mano se alza sobre el trono de D-os: el Eterno tendrá guerra con Amalek de generación en generación». Hay dos palabras en este versículo que están escritas defectivamente: a la palabra ‘trono’ «keis» le falta la letra alef (en lugar de decir «kisei» dice «keis»), y el nombre de D-os está escrito con solamente dos letras, en lugar de cuatro. ¿Por qué? La Torá nos enseña que mientras Amalek exista el trono de Hashem no estará completo. ¿Qué es Su trono? El pueblo sienta en el trono a la persona ante quien decide postrarse. Las palabras «trono de Hashem» significan aquí ‘obediencia al Todopoderoso’. Amalek debilita el trono de Hashem; es decir, la subordinación a Él. Por lo tanto, mientras Amalek exista el trono de Hashem permanecerá incompleto. Y también el nombre de D-os permanecerá incompleto hasta que la memoria de Amalek sea borrada de la faz de la Tierra.
Alemania es Amalek. Sabemos esto de la Torá Oral. El Talmud (Meguilá 6b), trae las palabras de Rashi: «Germamia es el nombre del poder (país), que proviene de Edom (Esav)». El Gaón de Vilna (que entre otras cosas revisó la escritura de las palabras del texto talmúdico), hace una corrección: «Germamia» debe leerse «Germania». Señala que se trata de gente nórdica de piel y pelo claros. Edom-Esav tuvo mucha descendencia. Uno de sus hijos fue Elifaz. Él a su vez tuvo un hijo, Amalek. Alemania es Amalek, nieto de Esav. Alemania se manifestó como Amalek ya en el Medievo, en la época de las Cruzadas. Los alemanes no solamente participaron en ellas, sino que destruyeron despiadadamente comunidades judías enteras en su territorio (todos han escuchado de ciudades alemanas tales como Worms y Maguncia, en las que los judíos fueron casi exterminados por completo. La plegaria Av HaRajamim, ‘Padre Misericordioso’, que decimos en Shabat, fue escrita por un judío alemán anónimo en memoria de los mártires judíos que perecieron en tales masacres.
Antes de la Segunda Guerra Mundial, cuando los alemanes aún estaban tranquilos, algún judío propugnaba que no debemos «recordar a Amalek» ni «envenenar nuestras almas con sentimientos de odio». Hoy en día Alemania trata con todas sus fuerzas de hacer que el pasado sea olvidado. Un partisano judío que pereció en la guerra, un rabino cuyo nombre no mencionaré por miedo a equivocarme, en una ocasión se expresó con palabras muy severas: «Que se borre el nombre del judío que se atreva a olvidar lo que nos hicieron los alemanes».
¿Por qué estoy hablando sobre Amalek en relación a la Yevsectsia? Porque la Yevsectsia, que cerró sinagogas, ejecutó rabinos e hizo que judíos trabajaran en Shabat, sin duda alguna también era Amalek. Si una persona actúa equivocadamente, es una cosa; pero si trata de evitar que otros actúen correctamente… eso es Amalek.
Rav Eljonon Wasserman una vez citó a su maestro, el Jófetz Jaim (1838-1933): «Escuché del sagrado Jófetz Jaim lo siguiente: “Ba mir iz borur az zei zainen fun zera Amolek”, ‘Para mí está claro que ellos [la Yevsectsia] son de la semilla de Amalek’». El Jófetz Jaim dijo que no tenía ni la menor duda de que la Yevsectsia fuera Amalek, aunque la genealogía judía de sus miembros fuera impecable; dijo que la Yevsectsia tenía estatus de Amalek, y que todo lo que la Torá prescribe en relación a Amalek aplica también a la Yevsectsia, lo cual significa que mantener vínculo o reconciliarse con ellos está totalmente fuera de consideración.
Rav Eljonon, junto con los estudiantes de su yeshivá¹, murió como mártir en el «Noveno Fuerte» cerca de Kovno, asesinado por bellacos lituanos que se mostraron gustosos de servir de lacayos de los nazis. Haré aquí una digresión para mencionar un pensamiento de rav Eljonon que hizo una profunda impresión en mí. En uno de sus artículos menciona que los judíos de su época se postraban ante dos «ídolos», ante dos mentiras: el nacionalismo y el socialismo. El nacionalismo propaga el concepto de judíos sin Torá, de una nacionalidad para los judíos a la par de todos los demás pueblos, de que lo único que importa es pensarse o sentirse parte de la nación. Según esta ideología, si cantas «HaTikva» y contribuyes un shekel al bien público, eres judío… aunque te bautices. Y los preceptos quedan fuera del cuadro. El segundo ídolo es el socialismo. En Rusia comunista los judíos fueron brutalmente perseguidos. La generación pasada de judíos no se sentía tan abandonada como la actual.
Dijo rav Eljonon Wasserman que en el Cielo estos dos ídolos habían sido fusionados en uno solo: el «socialismo nacional» (la palabra alemana «Nationalsozialistische» o «nazi» quiere decir ‘nacional socialista’), y que este monstruo híbrido atacaría ferozmente al pueblo judío. Rav Wasserman desarrolló estos pensamientos a partir del séfer Yejezkel. Sus palabras se leen como profecías.
Regresemos al tema de la Yevsectsia. ¡Fueron los miembros de la Yevsectsia quienes consiguieron que arrestaran al rebe de Lubavitch en Leningrado e insistieron en que lo ejecutaran! Puede ser que el gobierno no lo hubiera tocado, pero a los miembros de la Yevsectsia les molestaba sumamente la autoridad del rebe. Sabían muy bien cuál era su impacto y significado en la vida de los judíos. ¡Fueron ellos quienes le quitaron sus tefilín en la cárcel!
¡Qué vergüenza para nosotros! ¿Quién intentó hacer que se cambiara la sentencia de muerte del rebe por un encarcelamiento de diez años? ¡La esposa de Maxim Gorki! Y mientras tanto, judíos insistían en su ejecución. Pero los criminales no se escaparon de su castigo: ¡los dos más activos entre ellos fueron ejecutados por el mismo partido al que tanto se esforzaron por complacer!
También fue la Yevsectsia la que organizó una velada en Shabat Jol HaMoed Pésaj en Kazán, en la que repartieron a los invitados panecillos y cigarros.
Más adelante Nejemia Maccabi de Minsk, a quien conocí cuando llegó a Kazán, me describió lo que ocurría en Minsk en aquella época. (Por cierto, Nejemia, un zionista fervoroso, tenía planes de cruzar la frontera ilegalmente y emigrar a Israel. Tanto yo como mi esposa —pero mi esposa con especial insistencia— lo disuadimos de cometer este acto suicida). En Minsk había muchos judíos, por lo cual la Yevsectsia se mostraba especialmente activa en esta ciudad. En la primera noche de Pésaj, Nejemia se disponía a sentarse a la mesa con su padre para celebrar el Séder, cuando los judíos-comunistas irrumpieron con su campaña en contra de Pésaj. Estaban a la caza de gente joven. Entraban a todas las casas judías e instaban: «¡Vengan con nosotros!». Rehusar o discutir con ellos era peligroso. Cuando entraron a casa de Nejemia, él y su amigo se escondieron en el armario.
—¿Dónde está su hijo? —preguntaron con curiosidad los visitantes no invitados.
—Fue a algún lugar… —contestó el padre encogiéndose de hombros.
Miraron en todas las esquinas sin encontrar a nadie. En el armario —por fortuna— no se les ocurrió buscar.
Los miembros de la Yevsectsia eran muy astutos. Organizaban juicios «judíos» que se conducían en yiddish de principio a fin. En Minsk le hicieron «juicio» a un shojet a quien acusaban de haber violado a una menor. Era un jasid bien conocido, una persona santa… Durante el juicio, los testigos negaron sus testimonios previos, pero sus declaraciones fueron desdeñadas por la corte. La noticia de este juicio recorrió Rusia y la gente religiosa comprendió que en cualquier momento podían ser culpados de cualquier cosa.
Hace poco llegó a mis manos un folleto publicado en Minsk por aquellos años. En el folleto se describe detalladamente el juicio de un mohel, incluidas las declaraciones del juez y de la parte querellante: el mohel es calumniado de manera infame. Y todo esto fue dicho y hecho por judíos… Es terrible leerlo.
También en el estado moderno de Israel está presente Amalek: el partido político Merets está constituido por ateos que no atacan a la religión como tal, ni a la fe musulmana, ni a ninguna otra… excepto a la judía. Y mientras sigan peleando y queriendo pelear esta lucha, ¡son Amalek! (El arrepentimiento es posible incluso para Amalek, pero no es ese nuestro tema).
¡No debemos perdonar a Amalek!
[1-1-3] Bajo un techo con Amalek
Así es que la pieza principal del departamento comunal en el que vivíamos era el lugar de encuentro de los activistas de la Yevsectsia. Se juntaban invariablemente en Shabat y en las festividades… No al azar —al parecer— se les asignó un espacio junto a la familia del rabino.
Recuerdo que cuando tenía once años, cierto viernes por la noche, después de la entrada de Shabat, llegué a casa y quería pasar a nuestra habitación. Uno de esos judíos me paró, me puso en la mano una caja de cerillos y dijo:
—¡Nu, prende un cerillo o te golpeo! —No lo encendí. Logré zafarme y me escabullí. ¡Esto ocurrió dentro de nuestro departamento!
De aquella época data la última carta que me escribió mi abuelo, rav Moshe Mishel Shmuel Shapiro (conté la historia de cómo intenté viajar a Lituania a visitarlo, para de ahí irme a Palestina…). Por milagro conservo hasta la fecha esa carta, escrita en 1928. Mi abuelo escribió:
¡Mi querido nieto Itzjak Yosef!: A tu abuela y a mí nos preocupa mucho que vivan en un «clima frío». Todo lo que le pedimos a D-os en nuestros rezos es que permanezcas un judío creyente, estudioso de la Torá…
La carta muestra señas de haber sido bañada en lágrimas. Al poco tiempo mi abuelo murió.
En 1930 todas las secciones étnicas del Partido Comunista, incluida la Yevsectsia, fueron liquidadas. Habían pasado menos de diez años desde que Stalin subió al poder y ya había empezado a destruir a quienes lo habían servido fielmente. Quisiera citar un fragmento acerca de este período de mi libro La flama no te consumirá (Jerusalén, 1984, pgs. 76-77):
El fundador del comunismo «científico», Karl Marx, era hijo de padres judíos que se bautizaron cuando él tenía tres años. Este falso mesías logró atraer muchos seguidores. Muchos de ellos eran del tipo de persona sobre el cual Engels escribió: «El judío es revolucionario por naturaleza. Crece y se educa con los ideales de los profetas sobre igualdad y hermandad de toda la gente».
Los judíos han representado y representan un porcentaje substancial de los integrantes de todos los partidos comunistas del mundo. Los judíos estuvieron en la vanguardia de la revolución rusa y durante medio siglo fueron unos de los enemigos más feroces de la religión de sus padres. Ellos [los judíos comunistas] cargan la culpa de la asimilación masiva de los judíos soviéticos; ellos fueron el instrumento que Lenin y Stalin utilizaron para destruir nuestra cultura ancestral; fueron ellos quienes persiguieron a sus hermanos que estudiaban Torá y el idioma hebreo… Recordamos bien cuál fue el destino de estos verdugos, los revolucionarios de origen judío que habían sido miembros del Partido. Casi todos ellos perecieron en las mismas celdas a las que habían enviado a aquellos de sus hermanos que se mantuvieron fieles a su D-os y a su pueblo. Aquellos de ellos que —por milagro— sobrevivieron, se arrepienten de sus actos. Tras su liberación, muchos de ellos volvieron en teshuvá y regresaron al judaísmo… «Tu propia maldad te castigará, tu apostasía te acusará, verás y entenderás que fue malvado y amargo que no tuviste temor de Mí… dijo Hashem» (Yirmiyahu 2:19).
Después de las «limpias» que hizo Stalin entre los jóvenes miembros de la Yevsectsia de Kazán, solo quedaron en vida dos de los miembros que yo conocí. Y ambos se volvieron personas tan consideradas, tan calladas…
[1-1-4] Somos despojados
Hacia el fin de la década de los veinte fuimos echados de nuestro departamento. Mi padre era rabino y por lo tanto recibió el estatus de «despojado»: fue despojado —junto con la familia— de su departamento (que era propiedad del gobierno) y de su derecho a votar.
Los hijos de los «despojados» no eran admitidos a la universidad y difícilmente conseguían trabajo. Recuerdo una historia triste que leí en un periódico ya en mis años de estudiante. Cuando cierto joven acabó la universidad salió a la luz que era un «despojado». Le preguntaron por qué había callado acerca de su origen social y explicó que había querido estudiar.
—¡Eso no es justificación! —le replicaron. Lo juzgaron y encarcelaron.
A mi padre, por ser un «despojado» lo mandaron a hacer trabajos forzados lejos de la ciudad. Cada día tenía que recorrer a pie un camino de muchas horas, de ida y de vuelta. Mi padre trabajaba en el campo. Siendo exrabino, no era elegible para ningún otro trabajo. Pero en Shabat mi padre se quedaba en la casa, sin importarle las amenazas y los gritos… Era de esperarse que vinieran problemas muy serios, pero poco después mi padre fue dispensado de trabajar en el campo debido a su estado débil de salud. Posteriormente lo exculparon por completo de su estatus de «despojado» gracias a los esfuerzos de su hermana Lea, que vivía en Moscú. Fue así que pude entrar a la universidad.
Cuando nos echaron de nuestro departamento rentamos unas piezas en una casa privada. El dueño era un señor ruso muy decente, un cristiano religioso. Tenía una casa pequeña con un patio trasero.
Fueron tiempos difíciles, pero estábamos contentos de tener un techo sobre la cabeza. Recuerdo que una vez no teníamos dinero ni para comprar pan y mi madre quería ir a pedir prestados tres rublos. Mi padre pensó y dijo:
—En Bircat HaMazón siempre pedimos: «ayúdanos a no depender de regalos de mortales, ni de sus préstamos…». Busca en la casa, quizás encuentres algo.
Mi madre buscó y encontró media taza de harina y algo más. Recogió astillas, encendió un fuego, preparó unos cuantos panqueques… y vivimos felices y tranquilos tres días más sin pedir nada prestado.
Nuestro departamento, de dos piezas y media, era grande para los estándares de esos tiempos. Recuerdo que cada día mi madre levantaba las manos hacia el Cielo y decía: «Gracias, Hashem, que estamos bajo un techo». Pero nuestra dicha no duró mucho: nos habíamos mudado ahí en 1929, y en 1930, una semana después de mi bar mitzvá, nos volvieron a echar a la calle.
Hasta el año 1936 la familia de rav Itjzak tuvo el estatus de «despojada». También nosotros fuimos «despojados». En 1936 nos echaron de nuestra casa y la casa fue festivamente expropiada. Vivíamos entonces en la pequeña ciudad ucraniana Medshibosh, donde mi padre había comprado una casa buena. De pronto esta casa le gustó al líder local del Partido. Metieron a mi padre a la cárcel y a nosotros nos echaron a la calle…
Quizás porque era un «despojado», Itzjak comenzó a trabajar a los catorce años. En esos tiempos se trabajaba cinco días y se descansaba el sexto². Por eso no había un día fijo de descanso; este podía caer en viernes, sábado, domingo o cualquier otro día de la semana. Incluso los nombres de los días de la semana habían sido abolidos y se utilizaban en su lugar números: primero, segundo… y el sexto era día de descanso. Fueron tiempos difíciles.
De los relatos de Dr. Yaacob Tzatzkis
¹Rav Wasserman encabezaba una yeshivá en Baranowichaj; esta ciudad, que hoy en día es parte del territorio bielorruso, en ese entonces pertenecía a Polonia.
² N.T.: Para acabar con el concepto de un día religioso de descanso, los líderes comunistas abolieron la semana de siete días. En su lugar, instituyeron una semana de cinco días de trabajo, seguidos por un día libre.
[2] Velas de Jánuca para disipar la oscuridad griega
Rav Shimshon Dovid Pincus
Prendemos una vela cuando queremos encontrar algo, por ejemplo jamets. El precepto de prender las velas de jánuca sugiere que en este tiempo debemos tratar de encontrar algo.
Por supuesto, necesitamos saber qué es lo que buscamos. En mi opinión, por sorprendente que parezca, debemos buscar la oscuridad.
Un ciego de nacimiento no sospecha en qué oscuridad se encuentra, no sabe que está privado de la posibilidad de distinguir los colores y deleitarse con el paisaje… y por lo tanto no añora la vista. Solamente si un día comienza a ver, se percata de lo que le faltaba hasta entonces. Un hombre que pasó toda su vida en la oscuridad, únicamente a la luz de las velas se convence de que hasta entonces había estado sumergido en las tinieblas. De igual manera nosotros, que nos sentimos seguros de estar «en la luz», debemos encender velas para descubrir que en realidad estamos en la oscuridad.
Dice la Guemará: «Este mundo es como la noche». Si no entendemos esto, si el mundo nos parece luminoso… debemos encender una vela para revelar su oscuridad. Esta es nuestra tarea en jánuca.
El midrash «Bereshit Rabá» dice que la «oscuridad sobre la superficie del abismo», mencionada en la descripción de la creación del mundo, es Grecia, la cual cerró con sus decretos los ojos de Israel. El exilio griego fue sucedido por el romano, en el cual nos encontramos hasta hoy, pero la influencia de Grecia sigue siendo tan fuerte como antes. La sangre derramada en tiempos de guerra a través de las generaciones fue derramada por las manos de Esav —que es Roma—, pero toda la cultura occidental (la ciencia, el deporte, el entretenimiento…) provino de Grecia.
Disfrutamos de los logros de la ciencia: usamos la electricidad, volamos en aviones, etc. Todo esto nos parece maravilloso. Y pareciera que los beneficios de la civilización traen luz a nuestras vidas. Pero los sabios afirman que todo esto es oscuridad. Y en jánuca debemos encender velas para revelar dicha oscuridad.
La oscuridad, en mi opinión —de nuevo, por sorprendente que parezca—, es la luz.
La ciencia generalmente no va de la mano con la fe. Un profesor observante de los preceptos o un rector universitario religioso causa asombro. La ciencia moderna depende cada vez más de la técnica, y los investigadores científicos son ahora las computadoras; pero en tiempos anteriores, la kipá de cada joven sin excepción (aunque fuera un bajur yeshivá de buena familia) que entraba a la universidad se hacía cada año más y más pequeña… hasta desaparecer por completo. Pensaríamos que debería ocurrir lo contrario, pues la ciencia proporciona conocimientos que ponen de manifiesto las maravillas de la creación. ¿Por qué contradice la ciencia a la fe?
Lo que ocurre es que la ciencia llega a conclusiones a partir de investigaciones realizadas en laboratorios por medio de instrumentos especiales. Pero incluso con ayuda de los radares más sensibles que tiene a su disposición, la ciencia no puede encontrar al Todopoderoso y por lo tanto no cree en Su existencia. Esta es la oscuridad griega.
Para encontrar al Todopoderoso se requiere de herramientas distintas: herramientas humanas, sensibles a la verdad y la sinceridad.
Hoy en día hay en el mundo seis millares de personas, cada una de ellas distinta a todas las demás. El cerebro de cada niño es una computadora que incorpora cincuenta millares de células de memoria. ¿Quién la creó? ¿A caso se formó por casualidad? ¡Quien reflexiona sinceramente sobre esto encuentra al Todopoderoso!
¿Cuál es la mayor fuente de oscuridad en el mundo? ¡Los ojos! No hay quien engañe y mienta como los ojos. Pues lo que no vemos con nuestros ojos, para nosotros es como si no existiera. Cada mañana antes de servir el té, miro para asegurarme que no se metió un insecto a la taza. Y si no veo uno concluyo que no hay uno. Así me acostumbro a creer que lo que ven los ojos, existe, y lo que no ven, no existe.
Y esto es oscuridad, dado que hay muchas cosas que no se pueden ver con los ojos. En principio, los cinco sentidos son cinco grandes embusteros. Y a veces destruyen nuestras vidas, cuando confiando en lo que nos muestran, concluimos «qué, cuánto y cómo» hay en el mundo.
Una persona consciente de que está en la oscuridad comprende que no todo lo sabe, e indaga de alguien que está en la luz. Mientras tanto, a la persona que cree estar en la luz ni siquiera se le ocurre preguntar.
Nuestra tarea en jánuca es desenmascarar la oscuridad, comprender que las conclusiones a las cuales llegamos en base a lo visto no son atinadas, que nuestros ojos nos engañaron creando una ilusión de luz mientras nos encontrábamos en la oscuridad. Si, desconfiando de nuestros ojos, observamos el mundo a nuestro alrededor valiéndonos de lógica, reflexionaremos sobre su Creador y llegaremos a conclusiones sinceras y verdaderas.
El hombre moderno no tiene tiempo para estar a solas con sí mismo. Hay «noticias», hay teléfono, y si está en camino a algún lugar… lleva un teléfono celular. Pero la persona debe parar, darse cuenta de que está en la oscuridad y tratar de encontrar la luz.
Mi padre, que se prolonguen sus años, contaba que una vez rav Baruj Ber Leibowitz al entrar a su casa vio un periódico sobre la mesa. Sin duda alguna no se trataba de una publicación vulgar. Sin embargo, rav Baruj Ber se acercó a la mesa y empujó el periódico con el codo hasta tirarlo. Después de oír esta historia, traté de encontrar en el Shulján Aruj la prohibición de tocar un periódico, pero no encontré tal prohibición. Entonces empecé a buscar otra explicación, y di con ella. La cochambre se limpia con trapo, no porque esté escrito en algún lugar que está prohibido tocar cochambre con las manos, sino porque tocarla con las manos es desagradable. Por esa misma razón rav Baruj Ber no tocó el periódico.
Pudiera pensarse que el periódico es luz. El hombre está en la «oscuridad», no sabe qué ocurre en el mundo, y el periódico lo «ilumina». Ahora sabe qué pasó en Nueva York, qué consecuencias tuvo la colisión de dos aviones… El hombre se levanta por la mañana, y el periódico abre ante él mundos enteros. Pero esa es, en realidad, la oscuridad más intensa. Pues «viviendo» los acontecimientos del mundo, la persona se desconecta de la fuente de la verdadera luz: el Todopoderoso, bendito sea.
Jasid Yavets (rav Yaacov Emden) en su libro Or haJaim dice que en tiempos cuando los judíos tuvieron que elegir entre traicionar su fe y morir, los judíos sencillos optaron —sin titubear— por arder en la hoguera santificando el Nombre del Todopoderoso, mientras que los filósofos… se rindieron. Explica Or haJaim que los judíos sencillos no tenían otra luz sino la luz de la Torá, mientras que a los filósofos, la «luz» de la filosofía les impedía ver la luz verdadera.
La nieta del Jófetz Jaim contó que a los 17 años escapó de su casa para estudiar en la universidad, y después de algunos años llegó a visitar a su abuelo.
—Abuelo, ¿qué haces aquí sentado en la oscuridad?, ¡sal a la luz! —le dijo.
—¿Nietecita, ves aquellos aviones?…—preguntó el Jófetz Jaim (fue durante la Primera Guerra Mundial cuando volaban aviones sobre los lugares de asentamiento y los bombardeaban)—. Llegarán a la luna, inventarán bombas capaces de hacer estallar al mundo entero. ¡Y mientras tanto, nosotros hacemos personas!
¡A la joven le parecía que el Jófetz Jaim, la gran luminaria del mundo (imaginen tan solo cómo viviríamos sin la «Mishná Brurá»), estaba sentado en la oscuridad! ¿Cómo pudo suceder esto? ¡La «luz» de la ciencia le impedía ver la luz de la Verdad!
Rambam en su libro Moré nevujim (‘Guía de los perplejos’) explica por qué la Torá se refiere a Hashem como «D-os de Abraham». Abraham jamás desconcentraba su pensamiento, ni por un momento, de su vínculo con D-os. Rambam escribe: «Cuando una persona está pensando en el Todopoderoso, se encuentra literalmente a su lado. Pero si concentra sus pensamientos en la comida (aunque lo haga para alimentar su cuerpo, no para satisfacer sus pasiones); o en los negocios (aunque lo haga por su sustento), se interrumpe su conexión con D-os. Quien es capaz de no interrumpir esta conexión incluso mientras come o trabaja alcanza el nivel de los patriarcas («D-ios de Abraham, Itzjak y Yaacob) y de Moshé Rabenu, de quien está escrito: «Y estuvo ahí, con el Eterno» (Shemot 34:28).
De hecho, la Torá se refiere al Eterno también como «Di-s de Israel» (Bereshit 33:20). Esto nos indica que cada judío debe esforzarse por llegar a ese nivel. Pensar constantemente en Hashem. Abrir los ojos y ver al Todopoderoso, en cada lugar y en cada criatura. Hablar con el Todopoderoso y sentir Su presencia.
[3] Milagros Cotidianos
Rav Shimshon Dovid Pincus
Muchos preguntan: «¿Por qué en nuestros días no ocurren milagros como los que ocurrían en generaciones pasadas, milagros como la separación de las aguas del Mar Rojo o como el milagro de jánuca …? ».
La siguiente es una historia verdadera que le pasó a un médico que hoy en día es un ben Torá y vive en Monsey. Hace muchos años era una persona por completo no religiosa. Vivía en Los Ángeles y trabajaba en la sala de emergencias de un hospital. En una ocasión, internaron en el hospital a un hombre inconsciente que había sufrido un paro cardíaco en la calle. Los médicos lucharon por su vida, pero media hora después se vieron obligados a constatar su muerte y lo desconectaron de todos los dispositivos. Y de pronto el médico que relata esta historia advirtió con sorpresa que el paciente movía la mano. Le quitó la sábana que le cubría la cara… ¡el paciente estaba vivo! El médico quiso reiniciar el masaje cardíaco, pero el paciente lo detuvo y le dijo: «¿Tu nombre es Jaim Meir?». El médico se quedó atónito. Sí, ese era su nombre hebreo, según había dicho su abuela en alguna ocasión. Pero nunca nadie lo llamó por ese nombre: todos lo conocían como «Barry».
El paciente le preguntó:
—¿Te pones tefilín?
—No.
—A partir de hoy, comienza a ponerte. ¿Cuidas kashrut?
—No.
—Comienza a cuidar. —Cuando terminó de hablar, el paciente volvió a morir.
Muchos años más tarde, el médico señaló que en ese entonces el incidente no había hecho ninguna impresión en él, no había afectado de ninguna manera su vida… él simplemente había compartido la historia con sus colegas: «Escuchen qué cosa curiosa me ocurrió….». A la observancia de los preceptos había llegado mucho después.
Todos los días nos ocurren milagros. Que no nos demos cuenta es otra cosa. Sin dispositivos especiales, no somos capaces de oír muchos de los sonidos que se producen en la naturaleza; de igual forma, careciendo de herramientas adecuadas, los milagros que ocurren ante nuestros ojos pueden pasar desapercibidos. Jánuca es un tiempo especial («…en aquellos días, en este tiempo…»), cuando es más fácil para nosotros ver los milagros que suceden a nuestro alrededor y comprender qué lecciones debemos aprender de ellos, en qué aspectos debemos reeducarnos (las palabras jánuca y jinuj [educación] comparten una misma raíz).
Nos preguntamos: ¿en qué fue tan especial el milagro de la jarrita de aceite que ardió durante ocho días, siendo que en los días del Templo el milagro del aceite ocurría todo el tiempo (aceite suficiente para solo una noche ardía una jornada entera)? Justamente en jánuca los judíos fueron capaces de ver este milagro y aprender de él que el Todopoderoso es el Dueño del mundo y de todas las fuerzas que imperan en él, que todo lo que sucede en el mundo sucede por Su voluntad, y no hay nadie fuera de Hashem.
E incluso cuando hay problemas, estos contienen el germen de la futura salvación.
Durante la guerra, cuatrocientos judíos ciudadanos de Alemania trataron de escapar a Inglaterra. Inglaterra, a su vez, temiendo que fueran espías los mandó a Australia. En el barco se necesitaban marineros. Con este fin, fueron liberados de la cárcel algunos reclusos. Tan pronto como el barco partió de Inglaterra, los marineros comenzaron a burlarse de los pasajeros y maltratarlos. Les quitaron sus maletas, tomaron parte de sus pertenencias, y todo lo que no quisieron lo echaron por la borda; fue así como sus cartas personales —tan preciadas— fueron arrojadas al mar… Aquellos judíos fueron depositados en un país extraño despojados de incluso las cosas más indispensables; tampoco quedó en su posesión ningún objeto que les sirviera de recuerdo de sus familiares. «¿Por qué nos castiga así el Todopoderoso?», se preguntaron.
Algunas décadas más tarde se encontró el diario de un general-submarinista alemán. Entre otras cosas, el general cuenta cómo él y su comando persiguieron a una nave enemiga y trataron de destruirla, pero no pudieron. Entonces enviaron una expedición en una lancha, y resultó que del barco habían sido arrojadas maletas con cartas escritas en alemán. El general escribió: «¡Cómo nos alegramos de no haber podido hundir el barco, a bordo del cual había alemanes como nosotros…!». Recibieron órdenes de Hitler (que se borre su nombre) de acompañar y proteger la nave hasta su llegada a Australia. Y solo después de que todos los pasajeros desembarcaron sanos y salvos en la costa, los alemanes comprendieron que el barco era inglés, y lo hundieron.
Durante cuarenta años los judíos de esta historia se lamentaron y renegaron de su destino… hasta el día en que se enteraron de que todo lo que les pasó fue un milagro y misericordia de Hashem. Si no hubiera sido por los villanos-marineros, enviados por el Todopoderoso, jamás hubieran podido escapar…
Todo el tiempo ocurren milagros a nuestro alrededor. Y los ocho días de jánuca nos fueron dados para aprender a verlos.
Esta revista es publicada por el Fondo de Apoyo y Divulgación de la Torá «Beerot Itzjak»,
nombrado en memoria de rav Itzjak Zilber y presidido por rav Igal Polishuk
Editor principal: rav Igal Polishuk; edición: Arie Katz; traducción: R. Zemtsov,
dirección: rav Pinjas Shwalb
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